En el primer aniversario de la explosión de cohetes en Jesús Tepactepec

El 15 de marzo de 2013 fuimos testigos de una gran explosión de cohetes acontecida en la peregrinación que se dirigía del templo parroquial de Nuestra Señora de Nativitas a la capilla de la comunidad de Jesús Tepactepec. Dicho acontecimiento, que trajo desolación y muerte, sacudió la mente y los corazones de este pueblo tlaxcalteca.

Hace un año dábamos cuenta de 17 muertos y más de 150 heridos, pero los decesos fueron aumentando. Hace cinco meses falleció otro de los heridos, sumando en total 25 hermanos muertos y muchos que aún permanecen heridos, de los cuales algunos compartieron la Eucaristía en el primer aniversario de la explosión.

Con frecuencia Dios se nos ha manifestado en acontecimientos de alegría; en esa ocasión nos mostró su rostro con esta aparente desgracia, que fue el paso que dieron nuestros hermanos para llegar a su destino último, para estar definitivamente con Dios, participando de su gloria en el cielo.

Job, el personaje bíblico que nos presenta la Escritura, dice: “Yo sé bien que mi defensor está vivo y que al final se levantará a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y veré a mi Dios… ésta es mi firme esperanza”.

Hermanos, estas mismas palabras son la certeza de nuestros difuntos. Efectivamente, Cristo Jesús, su defensor, está vivo, pues aunque murió en la cruz, vive ahora resucitado para siempre. Al final, Él se levantará a favor del humillado. En ese último día, nuestros hermanos, en medio de sus llagas y quemaduras, se revestirán con su propia piel y contemplarán cara a cara a su Dios. Ellos murieron en esta firme esperanza de que su muerte no sería definitiva, sino que resucitarían con Cristo al fin de los tiempos; que su alma se volvería a juntar con su propio cuerpo, un cuerpo semejante al de Cristo resucitado, para nunca más morir.

En lo profundo de nuestro ser hagamos un acto de fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, muerto y resucitado, por quien vendrá la resurrección de los muertos, por quien todos volveremos a la vida. El último de los enemigos en ser aniquilado será la muerte, porque todo lo ha sometido Dios bajo los pies de Cristo.

El santo Job, en medio de todas sus desgracias, alababa y bendecía al Señor diciendo: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor; si recibimos de Él los bienes, cómo no hemos de recibir también de Él los males”. Hermanos, en medio del dolor que aún se alberga en nuestro corazón, pongamos en las manos de nuestro Padre Dios a cada uno de nuestros difuntos, confiados en la esperanza de la resurrección, nos volveremos a reencontrar con ellos para seguir viviendo la experiencia del amor que iniciamos en esta vida, entonces ya sin límites y de una manera plena en Dios, que es la fuente única del amor y el Amor mismo.

La Palabra de Dios es espíritu y vida; necesitamos que nos dé consuelo y paz, pero que también nos fortalezca, especialmente a los familiares más cercanos de quienes murieron y a quienes experimentan aún en su cuerpo las secuelas de la explosión. Nos hemos reunido para avivar su recuerdo, de modo que no mueran en nuestra mente y en nuestro corazón, y para encomendarlos a la infinita misericordia de Dios.

Como el grano de trigo que, sembrado en la tierra muere y da mucho fruto, así conviene reconocer los frutos que ha dado su muerte en su familia, en cada uno de nosotros y en nuestra comunidad tlaxcalteca.

Uno de esos frutos se ha cosechado en sus hogares, donde las familias se han unido frente a este acontecimiento de dolor; otro han sido las expresiones de solidaridad que se han dado espontáneamente, muy propias de nuestra cultura e identidad tlaxcalteca. Otro fruto ha sido que, en un alto porcentaje,  se ha disminuido la quema de pólvora en nuestra diócesis, o que dicha quema se realiza ahora de una manera más responsable y ordenada, reconociendo que en esta tarea aún tenemos mucho camino por andar.

En este sentido, hemos de enfatizar algunas palabras del Comunicado al Pueblo y a la Diócesis de Tlaxcala, titulado “UN PUEBLO FESTIVO DEBE SER UN PUEBLO RESPONSABLE”, donde, con motivo de la explosión, hice un llamado a la conciencia de este noble pueblo tlaxcalteca, para que reflexionemos y tomemos las medidas oportunas que garanticen el uso responsable y ordenado de la pólvora y de todo tipo de explosivos, a fin de prevenir otros eventos o desgracias semejantes.

Este doloroso acontecimiento no ha sido un castigo de Dios, sino más bien, una llamada de atención, una exhortación paternal, para que hagamos una conversión de nuestra vida a Él y a nuestros hermanos.

Nos urge reconocer que la vida humana es un don de Dios que debemos cuidar y cultivar en cada ser humano y, desde luego, en los espacios donde se congregan grupos de personas. Por lo mismo, evitemos todo lo que ponga en riesgo su integridad física.

Aunque la quema de pólvora no se realiza únicamente en torno a las fiestas religiosas, sino que también se da en otros ámbitos de la vida social, sin embargo, por el bien de la comunidad humana y de acuerdo a los valores evangélicos, debemos asumir desde la Iglesia una actitud responsable, tomando en cuenta  la experiencia del pasado y mirando con responsabilidad hacia el futuro.

Por lo mismo, como Obispo de la Diócesis de Tlaxcala, dispuse lo siguiente:

  1. El párroco instruirá y motivará a las gentes de su parroquia, comenzando por los fiscales, mayordomos y comisiones, acerca del contenido de este comunicado, de modo que, aunque el párroco no decide la compra y quema de cohetes, sin embargo, por estar al frente de la parroquia y ser el único representante legal de la misma, en adelante se esmerará en formar la conciencia de su pueblo en esta materia tan delicada y pedirá a los organizadores de cada festejo religioso que se ciñan a las normas dadas por la legislación vigente, pues, de otra manera, serán los responsables de cualquier contingencia ante las instancias correspondientes. Si alguien incurre en una conducta contra la ley, la Iglesia se mantendrá respetuosa del ámbito de las facultades propias de las autoridades civiles.
  1. Las celebraciones festivas, vinculadas a la Iglesia, no necesariamente deben incluir la quema de pólvora, pues la ofrenda que le agrada a Dios brota de lo íntimo de nuestro corazón y toda expresión externa de esa ofrenda debemos purificarla, de modo que sea grata a sus ojos. El dinero de las colectas que se realizan entre las familias de la comunidad, puede destinarse también a los arreglos florales, alfombras, tapetes o música; a la restauración y embellecimiento de su templo; a la edificación y amueblamiento de espacios para los trabajos pastorales en la parroquia; a la ejecución de alguna obra social; al cuidado de los enfermos o a la asistencia y promoción de los más pobres y necesitados de la comunidad.

III. Los organizadores de una fiesta religiosa, cuando se empeñen en la compra y quema de la pólvora, deberán cumplir con los siguientes requisitos que dispone la Diócesis de Tlaxcala y, en último término, acogerse a la legislación y reglamentación en esta materia:

 

  • Obtener, por escrito y en cada caso, el permiso de las autoridades civiles y militares correspondientes y acatar sus indicaciones, incluido el traslado de la pólvora.
  • Evitar los excesos y las competencias con las comisiones de años anteriores o con otras comunidades o pueblos, respecto a las cantidades de pólvora consumidas.
  • Resguardar la pólvora por el tiempo mínimo que se requiera y en un lugar seguro, donde no se exponga a las personas.
  • No almacenar pólvora ni explosivos en los espacios propios de la parroquia, ni en las casas–habitación. Tampoco guardarlos como reserva o inversión para un festejo futuro.
  • Este delicado oficio nunca se dejará a la improvisación o espontaneidad y lo desempeñarán únicamente las personas capacitadas y autorizadas por las instancias civiles correspondientes.
  • La quema se hará en un lugar seguro, lejos de los espacios de convivencia de las personas; nunca entre los puestos de vendimias, ni bajo los transformadores o cableados, y siempre y cuando las condiciones atmosféricas no sean adversas.
  • Por el riesgo mayor que implican, han de evitarse los espinazos, pinos o enchorizados en las calles, en los atrios de los templos y en cualquier espacio donde haya proximidad o tránsito de personas.

Para nuestro pueblo tlaxcalteca ha sido muy importante el uso de la pólvora en sus fiestas. Los usos y costumbres sean bienvenidos siempre y cuando no contravengan la ley vigente y no atenten contra los derechos y la seguridad de los ciudadanos. En este sentido, nunca serán demasiados los cuidados que pongamos para evitar una nueva desgracia.

Manifiesto la urgencia de que retomemos y asumamos estas disposiciones en toda nuestra Diócesis de Tlaxcala con el firme propósito de que no haya ni un muerto más a causa de la quema de cohetes u otros explosivos, y para que la ofrenda del sacrificio de estos 25 hermanos tlaxcaltecas no sea estéril, sino que produzca mucho fruto.

También queremos manifestar nuestra solidaridad con estos hermanos nuestros que, heridos en su cuerpo, siguen viviendo las consecuencias fatales de aquella explosión. Su presencia entre nosotros será un vivo testimonio y una continua llamada a la voz de nuestra conciencia, para mostrarnos solidarios con quienes cargan la cruz del sufrimiento y para corregir todo aquello que atente contra nuestra vida y dignidad de hijos de Dios. El Señor Jesús sea su fortaleza, y que sus padecimientos no sean en vano, que en nuestra Diócesis de Tlaxcala se valore, proteja y promueva la vida humana.

Como el Santo Job, necesitamos abrirnos con esperanza al futuro. Nutridos por Jesucristo en el pan de la Palabra y en el pan de la Eucaristía, no nos dejemos vencer por el desaliento; continuemos nuestro peregrinar confiados en las manos de nuestro Padre Dios, cumpliendo con fidelidad nuestras responsabilidades diarias y realizando poco a poco la misión para la que fuimos creados. Así sea.

Parroquia de Nuestra Señora de Nativitas, Diócesis de Tlaxcala; marzo 15 de 2014