Los retos pastorales del Obispo

Un punto fundamental dentro de la vida del sacerdocio es la misión pastoral, puesto que ser sacerdote no es para uno mismo sino para los demás. Lo recordamos en la vida y enseñanzas de Jesús al ver que su misión es estar pensando y buscando el salvar a todas las ovejas. Jesús dice claramente: “Yo soy el buen pastor” “Yo doy la vida por mis ovejas” y por lo tanto, “Dios quiere que todos se salven”.

El amor de Dios llama, elige, forma, consagra, envía. Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. Cada persona ha sido creada para dar un aporte a la historia y es tarea de cada persona descubrir qué es lo que Dios ha puesto en ella para darlo a los demás.

Dentro de los diversos llamados encontramos la vocación al sacerdocio ministerial. Dios quiso elegir a un grupo de hombres llamados apóstoles para invitarlos a participar de su sacerdocio, y por consecuencia de su misión. A su vez, los sucesores de los apóstoles que más adelante recibirán el nombre de obispos son los que continúan con esta encomienda que es seguir difundiendo el mensaje de salvación.

La misión sacerdotal de todos los obispos cumple la triple tarea de ser profeta, sacerdote y pastor. Es ejercer el ministerio de la Palabra, de los Sacramentos y de la conducción del pueblo cristiano.

Esta misión que han recibido los obispos es un servicio que le lleva a realizar la voluntad de quien le envía y no hacer su propia voluntad; es dar la vida por las ovejas, como el Buen Pastor.

De manera concreta y específica el documento “Christus Dominus” que trata sobre sobre el ministerio pastoral de los obispos nos dice textualmente. “Los Obispos, por su parte, puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de las almas, y juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, son enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor eterno. Ahora bien, Cristo dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y el poder de enseñar a todas las gentes y de santificar a los hombres en la verdad y de apacentarlos. Por consiguiente, los Obispos han sido constituidos por el Espíritu Santo, que se les ha dado, verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores (n. 2).

El Pontifical Romano que es un libro litúrgico que reúne las celebraciones o conjunto de rituales que preside el “pontífice” de la diócesis, es decir el Obispo, en el momento de la oración de ordenación de un Obispo se pide: “Padre Santo, tú que conoces los corazones, concede a este servidor tuyo, a quien elegiste para el episcopado, que sea un buen pastor de tu santa grey”.

En la Exhortación Apostólica Postsinodal «Pastores Gregis» en el número 43 señala: “El Obispo es enviado como pastor, en nombre de Cristo, para cuidar de una porción del Pueblo de Dios. Por medio del Evangelio y la Eucaristía debe hacerla crecer como una realidad de comunión en el Espíritu Santo. De esto se deriva que el Obispo representa y gobierna la Iglesia confiada a él, con la potestad necesaria para ejercer el ministerio pastoral sacramentalmente recibido, que es participación en la misma consagración y misión de Cristo. Por eso, los Obispos «como vicarios y legados de Cristo gobiernan las Iglesias particulares que se les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con sus ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada, que ejercen, sin embargo, únicamente para construir su rebaño en la verdad y santidad, recordando que el mayor debe hacerse como el menor y el superior como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)”.

En síntesis, agrego tres consejos que da el Papa Francisco, y que son muy oportunos para los obispos y todos los que participamos del sacerdocio ministerial en relación con la pastoral, a la vez, que son retos muy propios desde la motivación del modelo de Jesús Buen Pastor.

Primer consejo: BUSQUEN “Es decir, vayan siempre tras la oveja descarriada hasta que la encuentren, sin dejarse atemorizar por los riesgos o los demás, sin privatizar los tiempos y los espacios, cediendo a la propia comodidad y tranquilidad, sin rendirse ante las dificultades, porque un sacerdote siempre está en salida de sí mismo”.

Segundo consejo: INCLUYAN “Como Cristo ama y conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña, así también ustedes no excluyan a nadie de su corazón, de su oración y de su sonrisa”. “Incluyan y no desprecien a nadie. Estén dispuestos a ensuciarse las manos y los pies por todos. Como ministro de la comunión que celebra y vive, el sacerdote siempre debe rechazar los chismes, las murmuraciones y el veneno de las malas lenguas”.

Tercer consejo: ALÉGRENSE “Cuando vean las acciones maravillosas del amor del Señor a través de ustedes; cuando sean testigos de cómo Jesús reconcilia, sana y salva a través de su ministerio, que esa sea la fuente de vuestra alegría, porque la alegría de un buen pastor, no es una alegría para sí mismo, sino una alegría para los demás y con los demás, es la alegría del amor”.

Pbro. Lic. Martín Zamora Vázquez