La alegría de María

Sem. Alejandro Delgado López
 

Al sexto mes el Ángel Gabriel fue enviado a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.

Llegó el ángel hasta ella y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. (Lc 1,26-29). Al escuchar este pasaje del evangelio lucano, llama la atención el saludo que dirige el ángel Gabriel a María. Incluso María se extraña de dicho saludo.

Alégrate (Khaire), es el saludo que sirve de pórtico a lo que está a punto de anunciarle: Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Al que pondrás el nombre de Jesús (1,2). El saludo, es sin duda una invitación a la exultación y al gozo. Aquello que desde antiguo se venía anunciando por boca de los santos profetas, ahora se concreta: la salvación (cfr. 1, 70). Al mismo tiempo, la alegría que proclama Gabriel a María, es la misma alegría del resto de Israel renovado por el amor de Dios (cfr. Sof 3,17). Pero esta alegría no solo se queda en una simple invitación, ni solo es fruto de la buena noticia anunciada. Junto al Alégrate, se señala que María es la llena de gracia. Dios la había preparado para que llegada la plenitud de los tiempos naciera Aquél que rescatará a los que estaban bajo la ley (cfr. Gal 4,4). La gracia que posee María lo contempla el ángel Gabriel, cosa que no puede callar y lo impulsa a pronunciarlo. Alegría y Gracia van de la mano. No puede haber auténtica alegría cuando se carece de la gracia. No puede haber gracia que no se manifieste por medio de la alegría. María, es portadora de gracias muy singulares. Convenía que fuera así. La alegría de María parte de la elección de Dios para ser Madre de su Hijo. Cuando Dios elige a alguno para algún oficio lo prepara y lo dispone de forma que se haga idóneo para lo mismo, dice Santo Tomás de Aquino.

Cuando el ángel termina el saludo culmina con estas palabras: el Señor está contigo. ¿Como en María no habría alegría al ser portadora en su seno de Aquel que es fuente de toda gracia? ¿Cómo María no manifestaría alegría, si en su seno esta Dios que es alegría del pueblo de Israel? Bien lo dice el papa Francisco en la oración que dirige a ella al final de la carta apostólica Evangelii Gaudium: Tu llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista, haciéndolo exultar en el seno de su madre. El Señor está con ella. La alegría que posee va más allá de un momento eufórico y efímero. La alegría en el Señor, permea toda su persona. La alegría con el Señor, le permite salir de sí misma, para compartirlo, porque estas maravillas que el Señor ha hecho con ella van más allá de una situación personal y merecen ser proclamadas. Es un momento que trascenderá los tiempos, algo que ira de generación en generación y que provocará el pronunciamiento de muchos acerca de esta mujer. Al visitar a su prima Isabel (1,39), se vuelve a manifestar la alegría. Juan salta de gozo en el seno de Isabel. Isabel le comunica lo que ha ocurrido: Apenas llegó tu saludo a mis oídos, y el niño saltó de gozo en mi seno… Feliz porque has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor. A lo que ha acontecido María rompe en un canto de júbilo que manifiesta la alegría en Dios el salvador, que ha venido para dar

cumplimiento a las promesas, estremecida de gozo, cantó las maravillas del Señor. El canto expresa los sentimientos de la persona; su tristeza, su gozo, su amargura, su pena o su alegría, el amor. Dice san Agustín que «cantar es propio de quien ama». El amor también acompaña a la alegría. María experimenta la predilección de Dios hacia su persona, se siente amada por Dios y recíprocamente ella lo manifiesta ¡Que mejor manera que hacerlo cantando! El papa San Juan Pablo II en su carta encíclica Redemptoris Mater expresaba que «en estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre»: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí… (1, 46 ss.).

El momento de la anunciación y la visitación denotan como María se adhiere a la voluntad de Dios. No hubo momento en que ella se preguntara ¿Por qué a mí y no a otra?, no se queja y asume con toda confianza el designo de Dios. Encuentra paz en su corazón y a la vez su realización. Con mucha serenidad da respuesta al ángel: Hágase en mí según lo que has dicho. Toma conciencia de su inclusión en el plan salvífico de Dios. En la visitación muestra mayor conciencia de lo acontecido: «En su arrebatamiento María confiesa que se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo».

Al seguir leyendo las páginas del Evangelio de Lucas, notamos que María también sufre. El anciano Simeón se lo anuncia diciéndole que una espada le atravesará el corazón. Y así lo vivió. Llegado el momento culminante de la redención del hombre, verá a su hijo sufrir. Cuanta amargura se provoca en una madre al ver a un hijo ser insultado, golpeado, verlo sangrar y ser abandonado por los suyos, con la impotencia de no poder hacer nada por él. Cuanto dolor padeció por verlo colgado en el madero de la cruz, verlo dar su último suspiro. La espada atravesó su corazón cuando vio el cuerpo de su hijo sin vida. Pero su dolor al final se transformó en alegría, al ver a su hijo resucitado. Entonces el sufrimiento quedó borrado, lo que había proclamado ante su prima Isabel, se hace realidad. La alegría en el encuentro con su hijo que ha vencido la muerte le permite seguir proclamando las maravillas del Señor.

Nosotros al contemplar alegría de María, tanto en su adhesión a la voluntad de Dios como en su manifestación y aún más después del dolor, estamos llamados a imitarla en esa entrega alegre a Dios. Es una alegría que no se apaga por las circunstancias adversas que se presentan en la vida. Alegría que se alcanza cuando se suma uno al cumplir de la voluntad de Dios, sin sentir que la libertad de uno queda limitada por el designio del Señor, sino más bien llega a su más plena realización. Alegría que se levante en medio del dolor, para que este no ofusque las maravillas que Dios quiere realizar a través de nosotros.

La alegría de María no es cualquier alegría. Es una alegría que se mueve en el plano de la autenticidad. Estamos llamados a vivir esta alegría auténtica que no es banal y que se vive en el Señor, con el Señor, solo si permitimos que Él entre en nuestras vidas y actúe.

Roguemos a la Madre del Cielo que nos ayude a vivir la alegría en el Señor, y que lo que el mundo nos ofrece no distraiga nuestra mirada de ir hacia Él, que es fuente de toda verdadera alegría:

Salve Reina de los cielos y Señora de los ángeles,

Salve raíz, salve puerta ,que dio paso a nuestra luz;

alégrate virgen gloriosa, entre todas las más bella;

salve agraciada doncella,

ruega a Cristo por nosotros.