María, Madre de Dios

Por Juan Carlos Cruz Martín
Quisiera aprovechar que estamos en el mes de Maria, y que celebramos en estos días una festividad civil importante para el mexicano: el día de la madre, uno estas dos ocasiones para recordar esta verdad directamente (formalmente) revelada por Dios y propuesta como tal por la Iglesia para ser creída por los fieles (cfr. Ludwig Ott, 1966): La maternidad de María.

“Todos ellos perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos” (Hch 1,14) María estaba en el centro de la actividad apostólica. Perseveraban unidos esperando la llegada del consolador. La presencia de Maria en los evangelios es siempre como un anticipo de la presencia de Cristo: Garantía de la presencia del Hijo.

En el tiempo del cristianismo naciente, después de enfrentarse a la persecución por un lado de los judíos y por otro del imperio romano, era necesario defenderse de los ataques, lo que conocemos como herejía. La maternidad de Maria se defiende no directamente, ya que, si se ataca la divina personalidad de Jesucristo, su madre de deja de ser la Madre de Dios. Si se niega la humanidad de Dios-Hombre, su mejor defensa es la perfecta y verdadera Maternidad de Maria. Debemos referirnos al Magisterio de la Iglesia para continuar, ya que la defensa de la maternidad de María la encontramos hecha por el magisterio.

Magisterio quiere decir el derecho y el deber de enseñar las verdades reveladas por Dios con una autoridad suprema, en dos sentidos: a) poder de enseñar; b) autoridad de enseñar. El Magisterio solemne se refiere a definiciones dadas por los concilios generales presididos por el papa o, por el papa cuando habla ex cathedra: cuando, como sumo pastor y maestro de los cristianos, propone en virtud de su autoridad apostólica, alguna doctrina sobre fe o moral para que la crea toda la Iglesia.

El magisterio reconoce en los credos o símbolos, que son una forma más antigua de literatura cristiana, que contiene un resumen las principales verdades del cristianismo, la enseñanza desde el principio de la verdadera maternidad divina de María. Así, por ejemplo en la Tradición apostólica de Hipolito: “¿Creéis en Jesucristo, el Hijo de Dios, que nació de la Virgen María por obra del Espíritu Santo?” o en el símbolo más antiguo que recoge el magisterio es de Rufino: “Creo que Dios Padre Todopoderoso, y en Cristo Jesús, su único Hijo, Nuestro Señor, que nació por obra del Espíritu Santo, de la Virgen María […]”

El símbolo de Nicea (325) no se refiere directamente a la virgen María “[…] y se hizo carne para ser hombre”. Al defender la divinidad de la segunda persona, Jesucristo, implícitamente se defendía la Maternidad divina de María. Se defendía divinidad del Hijo de Dios. Concilio de Constantinopla (381) defiende el alma humana en Jesucristo: el Hijo de Dios se “hizo carne en la Virgen María por obra del Espíritu Santo”. Ni en Nicea ni en Constantinopla hubo un ataque directo contra Nuestra Señora.

El error de Nestorio se declaró respecto a la Maternidad de María.La disputa entre Nestorio, patriarca de Constantinopla, o San Cirilo, obispo de Alejandria podemos resumirlo con la palabra Theotókos (Madre de Dios). El titulo de Madre de Dios se negaba a nuestra Señora, basándose en la teoría de que existían en Jesucristo dos personas distintas, una el Verbo divino, otra Jesús, unidas solamente con una unión moral. Por lo tanto, María era la madre del hombre, Jesús, pero no de Dios, la otra persona. Nestorio fue amonestado en el año 429. San Cirilo presidió el concilio ecuménico.

La doctrina de Nestorio fue condenada públicamente. El dogma de la divina maternidad de María fue declarado en el concilio de Éfeso el año 431: “[…] se unió (a la carne) en el seno de María y así nació según la carne y fue el nacimiento de su carne … por esta razón (los Santo Padres) han proclamado claramente Theotókos a la Santísima Virgen”. El dogma así definido fue la piedra angular de la mariología. El reconocimiento de la unión intima entre Theotókos y el Hombre Dios nos da la pauta desarrollo posterior a los estudios de la mariología.

Invoquemos a nuestra Madre con la oración surgida en este concilio: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios: no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita.