Los Siete Dones del Espíritu Santo

Pbro. Álvaro Monarca Acocal

En la Profesión de Fe mencionamos a la tercera Persona Divina de la Santísima Trinidad: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”.

Jesucristo nos envió el Espíritu Santo después de la Resurrección y Ascensión: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes” (Hch 1,8). De Él descienden los siete dones, el número siete simboliza perfección.

El Espíritu Santo ilumina, vivifica, protege y rige a la Iglesia, a los fieles bautizados les purifica de todo pecado para que no desechen la gracia de ser santos, pues su acción penetra en lo íntimo del alma, y capacita al creyente para responder al mandato de Cristo a través de los siete dones (cfr. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n.13).

Los dones del Espíritu Santo son hábitos o disposiciones sobrenaturales infundidos por Dios en íntima comunión en las potencias del alma (intelecto, voluntad y memoria), para responder a las inspiraciones divinas y contribuir eficazmente en el plan de salvación (cfr. C.E.C. 1831). Siete son los Dones del Espíritu Santo (Is 11,2-3):

Cuatro dones intervienen más a la inteligencia especulativa y práctica: son Sabiduría, Entendimiento, Consejo y Ciencia; y tres dones a la voluntad operativa: son Fortaleza, Piedad y Temor de Dios.

1. Don de Sabiduría, nos permite experimentar, sentir y juzgar las cosas divinas con un instinto connatural que da la gracia del Espíritu Santo, para “poder ver cada cosa con los ojos de Dios”.

Contraria a la sabiduría es la necedad en las cosas espirituales, de quien prefiere a la creaturas en vez del Creador, las cosas materiales a las invisibles y eternas, y las cosas carnales a las espirituales, es decir la lujuria, que embrutece y animaliza irracionalmente, y la ira, que ofusca la mente y mantiene el rencor en el corazón, impidiendo que la razón discierna con claridad.

2. El Don de Entendimiento, permite penetrar en la verdad de las cosas, ya sea divinas o naturales, capta la esencia de las cosas con claridad va más allá de los razonamientos humanos, ayuda a descubrir y comprender el designio de Dios.

Por ejemplo, el reconocer la substancia oculta en los accidentes, como el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo bajo la apariencia del pan y del vino en la Eucaristía; también, el descubrir los distintos sentidos de la Sagrada Escritura: literal y espiritual, alegórico, moral, escatológico, anagógico o

tipológico. Aprecia la esencia espiritual de las realidades sacramentales los signos y símbolos del culto divino.

Su contrario son pecados capitales de la gula y lujuria (apego desordenado de los alimentos y de los placeres sensuales).

3. Don de Consejo, ser sensibles a la inspiración divina “la voz de Dios” dejar orientar nuestra conciencia, pensamientos, sentimientos e intenciones. Nos ayuda a discernir en oración los casos presentes, imprevistos, repentinos, difíciles de resolver. Inspira los medios adecuados para tomar el control de las acciones al relacionarnos con el entorno.

Contrario a este don es la precipitación en el obrar, la ansiedad que no deja escuchar la voz de Dios y pretende resolver las situaciones sin fe o la conveniencia egoísta del momento.

4. Don de Ciencia, permite percibir la creación como providencia y amor de Dios, observa el designio de Dios sobre la vida y todas las cosas. Ve el orden del cosmos y cómo se va realizando el plan de salvación. Contempla las bendiciones que Dios ha derramado sobre su creación muy buena “el hombre y la mujer” todo ello merece gratitud. Comprende los “signos de los tiempos”. Resuelve con facilidad los más intrincados problemas cotidianos.

Como opuesto a este don es la ignorancia, no quiere aprender, ni practicar lo necesario para la salvación eterna de su alma y del prójimo. Usar el conocimiento por conveniencia egoísta o para hacer daño.

5. Don de Fortaleza, Dios nos sostiene en nuestras debilidades y enardece el espíritu para enfrentar los peligros del mal. Da confianza e inspira a superar miedos, dificultades o tentaciones. Concede al fiel una voluntad inquebrantable frente a las malas circunstancias. Provee valor y perseverancia para lograr objetivos buenos, y hace soportar el dolor y el fracaso con entusiasmo y optimismo.

Los pecados que se opone son la pereza, tibieza o timidez en las cosas cotidianas a realizar, las más simples y sencillas, también, temor al fracaso y al dolor que pueda sobrevenir.

6. Don de Piedad, una actitud para realizar las cosas que se refieren a la gloria de Dios, expresar un espíritu religioso, es decir, experimentar la filiación, la pertenencia de ser hijos de Dios Padre, hermanos del Señor Jesús e instrumentos del Espíritu Santo que ilumina y guía nuestras vidas para disponernos al servir.

Se opone a este don la “impiedad”, dureza de corazón o la hipocresía, que afecta nuestra relación con Dios, con nuestros padres, familia y sociedad.

7. Don de Temor de Dios, en otras palabras, por amor a Dios alejarse del pecado. Ayuda a ser humildes y nos capacita para seguir la voluntad de Dios en quien se encuentra nuestra felicidad. Es

un don que ayuda arrepentirse de los pecados cometidos para hacer el propósito de no caer en desgracia espiritual y no ofender el amor de Dios.

Se opone principalmente a este don la soberbia que no considera a Dios como Creador, Salvador y Guía, y se posiciona por encima de Él. Pero puede existir el otro extremo, la presunción, de quien confía excesiva y desordenadamente en la misericordia divina, tienta pensando desvergonzadamente que cualquier pecado, acción ilícita, vida de escándalo o descuido de sus obligaciones cristianas que “realice” Dios lo va a perdonar (cfr. Gustavo Daniel D´Apice; Papa Francisco, cfr. Catequesis sobre los Dones del Espíritu Santo, 2014).

Oración “Ven Santo Espíritu”

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.