HOMILÍA DEL SEÑOR CARDENAL JOSÉ FRANCISCO ROBLES ORTEGA, ARZOBISPO DE GUADALAJARA Y PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, EN LA CELEBRACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA CANONIZACIÓN DE LOS NIÑOS TLAXCALTECAS.

TLAXCALA, TLAX., A 18 DE NOVIEMBRE DEL 2017.

SALUDO

Saludo con alegría a mis hermanos obispos, sacerdotes, religiosos y al pueblo fiel de Dios. Qué dicha poder reunirnos para dar gracias y acoger como Iglesia en México, y especialmente en esta diócesis, la declaración solemne de santidad de los niños: San Cristobal, San Antonio y San Juan, el pasado 15 de octubre, por nuestro querido Santo Padre Francisco, en la Plaza de San Pedro.

Estos tres niños tlaxcaltecas nos anuncian que, hoy, ayer y siempre, es posible la santidad. Damos gloria a Dios y abrimos nuestro corazón para meditar y asumir la gran responsabilidad de este don.

Saludo con aprecio al Señor Obispo de Tlaxcala, Mons. Julio César Salcedo Aquino. Agradezco su invitación para presidir esta Eucaristía y de nuevo le reitero mi felicitación por su reciente designación como pastor de estas bendecidas tierras, llenas de tradición y frutos en la fe. El inicio de su ministerio episcopal está marcado por la gracia y una gran alegría en estos tres hijos queridos de Tlaxala, México y de América.

Quiero traer a nuestra memoria, con profunda gratitud, a los Obispos Luis Munive y Jacinto Guerrero, que en la paz de Dios gocen; así como a Mons. Juan Pedro Juárez y al Señor Arzobispo Francisco Barrón, aquí presentes. Todos ellos encabezaron y aportaron un impulso continuo, dedicado y generoso a la causa de canonización de estos nuevos mártires de la Iglesia. Dios premie abundantemente sus esfuerzos. También, quisiera hacer presentes a tantos hombres y mujeres, que en la vida religiosa, han fecundado con sus distintos carismas estas tierras, a través de cinco siglos.

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS BÍBLICAS Y SUS ENSEÑANZAS.

En el fondo de este gran acontecimiento que nos reúne, veo la acción del Espíritu Santo que nos llama para renovar con mayor audacia y generosidad la identidad de la Iglesia, que es la evangelización. Esta canonización, sin duda alguna, posee un gran potencial espiritual y pastoral.  Esta gran alegria, nos interpela a todos a querer aprender, cada vez más y mejor, a dar la vida por la causa del Evangelio.

Al detenemos con atención en la primera lectura que hemos escuchado del segundo libro de los Macabeos, inmediatamente nos encontramos con el anuncio, a través del martirio, de una madre y siete de sus hijos a manos del rey Antíoco Epífanes. Este último, deseaba abolir las costumbres judías con el fin de imponer un sincretismo religioso de tipo helénico, que partía de sus propios anhelos sin importar nada más. Esta madre, junto con sus hijos, en cambio, anuncian su certeza de vivir en un Dios, que llena de plenitud y sentido la existencia. Este texto del Antiguo Testamento, por cierto, muestra por primera vez un testimonio de entrega en la certeza de la resurrección de los cuerpos. Los niños tlaxcaltecas, muchos años después, dieron un testimonio similar con la propia vida, manteniéndose firmes e insobornables en el cumplimiento de los mandamientos, en el anuncio del Evangelio.

Esto tiene una gran esnseñanza para nosotros, pues ante las dificultades, el sufrimiento o la violencia, estamos llamados a “clavar” nuestra mente y corazón en el acontecimiento del Amor de Dios: Jesucristo, que es Palabra de Vida Eterna, y así, ir más allá de los sufrimientos, límites y circunstancias temporales, para poder anunciar la participación de esa misma entrega, de la Misericordia hecha Carne.

Es urgente, en nuestros tiempos, renovar el servicio de evangelización, lo que implica confianza, que no es un sentimiento superifical, sino que surge de la sabiduría de quien experimenta cotidianamente que nuestra vida no está en nuestras débiles manos, en nuestros cuerpos mortales, sino en la fuerza vivificante de Dios.

La confianza y la entrega, suponen humildad. San Cristóbal,  San Antonio y San Juan, sabían que uno no es el garante de la salvación. En la infancia, esta humildad es connatural. El Papa Francisco dijo recientemente que:  “los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten constantemente a la condición necesaria para entrar en el reino de Dios: la de no considerarnos autosuficientes, sino necesitados de ayuda, amor y perdón”.

A partir de una certeza tal, muchos mártires han sido capaces de entregar su vida. San Agustín decía sobre el martirio: “No es el sufrimiento, sino la causa, lo que hace auténticos mártires. El mártir no defiende su vida, sino su causa que en su convicción religiosa, su fidelidad a Dios y a sus hermanos, defiende muriendo”.

No es la muerte, sino aquello que lo motiva, lo importante en cada testiomonio de una vida entregada en el martirio. Por eso, la primera carta del apóstol San Pedro -que también hemos escuchado el día de hoy-, nos señala: “Veneren en sus corazones a Cristo, el Señor, dispuestos siempre a dar, al que le pidiere, las razones de la esperanza de ustedes. Pero háganlo con sencillez y respeto y estando en paz con su conciencia”.

El martirio es darlo todo, es ser anuncio y testiomio de la Verdad por quien se vive. Pero para lograrlo se requiere todo un aprendizaje para vivir en la lógica del don y la gratuidad de nuestra vida. Nadie puede darse en un momento determinado, si no se ha capacitado continua y gradualmente para este momento culmen. Por eso, no podemos perder de vista en la vida cristiana, cuestiones básicas como el sacrificio, la penitencia, la constante ofrenda en el servicio, la oración, la escucha, las obras de piedad y caridad, y por supuesto los sacramentos.

 

3.    EL LLAMADO AL TESTIMONIO DE LA FE, EN ESTOS TIEMPOS CONCRETOS DE HOY, DEL EVANGELISTA JUAN.

Una vida así, en continua presencia de Dios, es el gran servicio que podemos darle al mundo de hoy, tan necesitado de reconciliación y sentido. Evangelizar, es enseñar a vivir la vida constantemente “misericordiada” por Dios. Cuando una vida participa de la Vida Divina -en una dinámica de encuentro- no hay soledad, no hay miedo, no hay angustia, no hay violencia, ni oscuridad.

Recuerdo cómo, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium se nos invita a “primerear”, es decir, a ser los primeros en darnos, después del encuentro con Él. Estamos llamados a ‘tomar la iniciativa’, a ‘adelantarse’ en la «dulce y confortadora alegría de evangelizar», de ser «discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan» la alegría de dar a conocer a Cristo en todos los ambientes.

El Evangelio de San Juan, hoy nos advierte: “El siervo no es superior a su señor”. Y con todo realismo, continua advirtiéndonos: “Si a mí me han perseguido también a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió”.

El amor, debemos decirlo, genera resistencias. Todo amor implica descentrarse, dar prioridad a lo otro -que es la creación-; a los otros, es decir al prójimo, y a Dios, Creador nuestro. El Papa Francisco, precisamente en la Misa de Canonización el pasado 15 de octubre,  sintetizaba el misterio de la dinámica del amor poniéndonos en guardia, pues decía: La invitación puede ser rechazada. Muchos respondieron que no, a la invitación del banquete de bodas, porque estaban sometidos a sus propios intereses. Actuando de esta manera, se “da la espalda al amor”, no por maldad, sino porque se prefiere lo propio: las seguridades, la autoafirmación, las comodidades. “Todo depende del yo, de lo que me parece, de lo que me sirve, de lo que quiero; y se acaba siendo personas rígidas, que reaccionan de mala manera por nada, como los invitados en el Evangelio, que fueron a insultar e incluso a asesinar (cf. v. 6) a quienes llevaban la invitación, sólo porque los incomodaban”.

Esta Cruz que nos preside, es la cruz de la libertad. Jesús es el Señor del Amor, pues decidió entregarse libremente a toda la humanidad, a toda la creación, en absoluta obediencia a la voluntad de Su Padre se negó a sí mismo. Aquí tiene claridad y resonancia la frase evangélica: “Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará”.

No podemos ser ingenuos. Estamos llamados a predicar la verdad de la vida en Cristo. El mismo Jesús “cosechó entre lágrimas”. Todo verdadero amor supone el doloroso renunciar a uno mismo, para vivir la transformación de la vida en una ofrenda, en un servicio a una realdiad más amplia. Fíjense bien como en cada Acción de Gracias, en cada Misa, al inicio de Liturgia de la Eucarística, el sacerdote presidente (es decir aquel que se hace sacrificio en primer lugar) exhorta al Pueblo diciendo: “Oren hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes, sea agradable a Dios Todopoderoso”.  

4.    CONCLUSIONES Y EXHORTACIÓN FINAL

Hermanos todos, recibamos el don y comprometámonos todos en el anuncio y  el testimonio de la vida en el amor. Ahora con la intercesión de estos tres niños tlaxcaltecas que siguen dando frutos a través de las generaciones, estamos llamados nuevamente a vivir abiertos y entregados al Espíritu.  Este don que recibimos nos invita a salir del egoísmo y a ser capaces de vivir al servicio de Dios y su Pueblo, individual y comunitariamente. Por ello, la exhortación a salir de nuestros templos para ser lumen gentium, es contundente. Todos, tengamos el ministerio que tengamos (recordemos que ministerio viene de “mini”, es decir pequeños –así como los santos niños tlaxcaltecas-), estamos llamados a anunciar la comunión de manera humilde, serena, decidida y cimentados en la Acciónde Dios. Estamos llamados  a compartir nuestra fe en una experiencia de vida marcada por el diálogo y el encuentro, la misericordia y la misión.

A todos los llamo a empeñarse en la transmisión de la fe: a través del anuncio y las buenas obras; a traves de la vida cotidiana en la Iglesia, al  servicio del mundo. Que toda ocasión de encuentro, en la vida familiar, laboral, educativa, económicia, social, artística y política, logre mostrar con clairdad, que vivimos constantemente en un Acontecimiento, en un Encuentro vivo con Nuestro Señor Jesucristo, Señor y Maestro. Que toda nuestra vida sea capaz de alimentar y despertar la memoria de Dios en los demás.

Sin duda alguna, San Cristóbal, San Antonio y San Juan son especialmente un ejemplo para la niñez y juventud mexicana. Los niños y jóvenes son la riqueza de esta Nación, como lo afirmó el Papa Francisco en su  visita a México: “Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven, son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra. ¡Atención! No dije la esperanza de esta tierra, dije: ‘Su riqueza’”. Pero ellos, esperan nuestro anuncio, nuestro testimonio de misericorida, de vida auténtica en Cristo.

Queridos miembros de esta Iglesia Particular de Tlaxcala, tienen una gran historia, casi 500 años de vida, y por ello una gran responsabilidad. El mundo les llama a vivir y a anunicar la alegría del Evangelio. Dios les siga bendiciendo abundantemente en la oportunidad de ser ofrenda, participación de la vida divina.