La solemnidad de la anunciación del Señor

Hna. Elia Aurora Acosta B

Resulta para todos conocido el célebre pasaje de la Anunciación del Ángel Gabriel a María, que recoge San Lucas en el primer Capítulo de su Evangelio. Cuando, en la ciudad de Nazaret, el Ángel del Señor anunció a María: “Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo. María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo Hombre.

Nada se sabía de la Madre de Jesús. Vivía en Nazaret. Oculta a los ojos de los hombres, pero no a los ojos de Dios. Más adelante contará Ella misma los hechos que la llevan a la maternidad, y a descubrir su vocación y su misión en la vida y en los planes de Dios. Hasta la Anunciación del Arcángel Gabriel, María de Nazaret era una mujer israelita perfectamente desconocida. Su vida trasciende la historia por el libre y amoroso cumplimiento de la misión que le fue asignada desde la eternidad y que ella conoció a través del Arcángel.

María escucha, piensa, y pone una objeción no de resistencia, sino de no entender cómo Dios le puede pedir dos cosas que son incompatibles para el ser humano: la virginidad y la maternidad. ¡Era tan clara la llamada a ser virgen! Podemos decir que el propósito divino de esta Fiesta es dar al mundo un Salvador, al pecador una víctima de propiciación y a todos nosotros un modelo a seguir.

El mundo no iba a tener un Salvador hasta que Ella hubiese dado su consentimiento a la propuesta del Ángel. Lo dio y he aquí el poder y la eficacia de su Fíat. En ese momento, el Misterio de amor y misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por tantos Profetas, deseado por tantos Santos, se realizó sobre la tierra. En ese momento el mundo comenzó a tener un Mediador omnipotente.

Aquel fue un momento solemne para la historia de la humanidad: se iba a cerrar el tiempo del pecado para entrar en el tiempo de la gracia; se pasa del tiempo de la paciencia de Dios al de mayor misericordia. La creación entera está pendiente del sí de una joven israelita. Es un momento de gran alegría en los cielos y en la tierra, llega al mundo un gran amor divino. Dios habita en su alma de un modo pleno, gozoso, amoroso. Ella es la hija de Dios Padre que siempre ha correspondido al querer de Dios. María se sorprende, pero sin perder la serenidad, pues reflexiona sobre el significado de estas palabras.

Los Autores, a lo largo de los siglos, resaltan la gracia de la misión que Dios encomienda a la Virgen y otros interpretan el sentido de la gracia santificante que ha sido instaurada en el alma de María como una cualidad permanente. San Juan Pablo II en el contexto del Anuncio del Ángel, se refiere ante todo a la elección de María como Madre del Hijo de Dios. Pero, al mismo tiempo, la plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural de la que se beneficia María, porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo” (Redemptoris Mater, 7).