Homilía Domingo 5° de Cuaresma en la Santa Iglesia Catedral

Estimados hermanos, la Cuaresma está llegando a su cumbre. Hoy la Liturgia nos propone el más importante de los siete signos que Jesús realiza en el Evangelio de san Juan: la resurrección de Lázaro. La página que hemos escuchado no es una crónica de hechos, sino una página de teología, que ilumina el caminar de nuestra vida.

El evangelista Juan narra una serie de encuentros de Jesús con personas concretas, que viven situaciones particulares. El don de la vida es el resultado de estos encuentros. A través de siete signos, Jesús se manifiesta como dador de vida:

  • Alegría a la pareja que comienza su vida matrimonial
  • Salud al niño en peligro de muerte
  • Salud al adulto sometido a parálisis
  • Pan al pueblo hambriento
  • Ánimo a los discípulos en medio de la tempestad
  • Vista al ciego de nacimiento
  • Vida a un difunto

En el Evangelio escuchamos la pedagogía de Jesús: Recibe la noticia de la enfermedad de su amigo, prepara a sus discípulos para el signo, encuentra a los parientes de Lázaro y al pueblo, realiza el signo de la resurrección, el pueblo reacciona ante el signo. Momento central es la profesión de fe de Martha: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo” (11,27)

En la resurrección de Lázaro, Jesús:

  • se presenta como el que tiene poder sobre la muerte;
  • se deja ayudar; al comienzo y al final, el pueblo se involucra: quita la piedra y desata las vendas;
  • responde a la objeción de Marta: “Señor, ya huele; es el cuarto día”. “¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?”. Sólo si se cree en Jesús se abre el espacio para la realización de la obra de salvación;
  • ora al Padre: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado”. “Ya sabía que tú siempre me escuchas”. “Pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has enviado”;
  • manda con el poder de su Palabra: “¡Lázaro, sal fuera!”

La resurrección de Lázaro es el más grande de los milagros con el que Jesús trata de vencer toda incredulidad. Pero el corazón de los judíos se cierra, toman la decisión oficial de matar a Jesús y también a Lázaro, testimonio vivo del poder divino de Cristo. El camino de la cruz está ya trazado. La cruz será el umbral de la exaltación y glorificación del Padre en su Hijo.

La proclamación de este evangelio, ¿da luz a la situación que estamos viviendo con el Covid-19? ¿Por qué Dios ha permitido esta pandemia? Sin duda que nos está invitando a retomar lo esencial de la vida, de la familia, de nuestra fe.

Estamos llamados a sacar un bien de este mal. ¡El mundo, la Iglesia, las familias, los gobiernos, los médicos, las enfermeras, los voluntarios, todos los que cuidan a los enfermos y a los ancianos… están despertando y se están desviviendo unos por otros!

Si Lázaro es amigo de Jesús, el Señor de la vida, ¿por qué Jesús permitió que muriera y lo pusieran en el sepulcro? Jesús permite un mal para que se manifieste la gloria de Dios. De esta pandemia despertaremos y pensaremos en los demás, en la familia, en el don de la vida, en los valores del Evangelio que nos hacen más humanos.

El Papa Francisco en la meditación que hizo el pasado viernes en una Plaza de San Pedro vacía y lluviosa, recogía los sentimientos de todo el mundo, diciendo:

«Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “Perecemos” (cf. v. 38). También nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos.

“¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?”. El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor, como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil, Señor, y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: “No tengan miedo” (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1P 5,7)».

Cristo es el Señor de la vida, y quiere hacernos partícipes de su vida divina. En estos momentos de emergencia sanitaria, seamos responsables, sigamos las medidas de prevención; al cuidarnos cada uno de nosotros, cuidamos a nuestros hermanos.

Ante la pandemia del virus, como dice el Papa Francisco, queremos responder con la universalidad de la oración, del servicio, de la compasión y de la ternura. Así sea.

 

                                                                                                                                                  + Julio C. Salcedo Aquino, m.j.
                                                                                                                                                              Obispo de Tlaxcala

                                                                                                                                                                        Tlaxcala, Tlax.
                                                                                                                                                                 29 de marzo de 2020,
                                                                                                                                                                     Año de san José.