En el ocaso del 2014, nos detuvimos ante el nacimiento del Niño Dios en el pesebre, tomando conciencia de nuestra gran dignidad como personas, de la familia que Dios nos ha dado y de la realidad nacional que nos envuelve con sus luces y sombras.
Ante el misterio de Dios encarnado y el comienzo de un nuevo año, nos preguntamos: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy?, y nos reconocemos como seres humanos que tienen una gran dignidad, la cual debe ser valorada, respetada y promovida por nosotros mismos y por los demás.
Contemplando al Niño Jesús, confiado al cuidado amoroso de la Virgen Madre y de su padre adoptivo, evocamos el recuerdo de nuestra familia más cercana y experimentamos la seguridad de su amor como un tesoro inapreciable.
Y frente a tal escenario de paz y amor, nos cuestiona el momento crítico que vive nuestro pueblo mexicano, que exige verdad, justicia, un alto a la corrupción y acabar con la impunidad, como caminos a la verdadera paz y al auténtico progreso.
Jesús nació hace dos milenios en Belén de Judá y sigue renaciendo en quien le abre la morada de su corazón. ¡Cuánta necesidad tiene el hombre moderno de Cristo Jesús! Él viene a nosotros como Luz, para iluminar las tinieblas de nuestro egoísmo; como el Camino que nos conduce a la verdadera felicidad; como la Verdad que nos garantiza libertad y como la Vida que da pleno sentido a nuestra existencia.
En el umbral de un nuevo año, formulemos nuestros propósitos personales, que nos impulsen a una superación constante e integral; privilegiemos nuestra relación familiar, de modo que luchemos por mantenernos unidos en el amor; ayudemos a superar la fractura social y las tremendas desigualdades que vive México, interesándonos y participando en los asuntos que nos atañen a todos los ciudadanos, hasta instaurar el bien común y la responsabilidad social por encima del provecho personal o de unos cuantos.
Tomemos las decisiones sabias y valientes que nos lleven a cambiarle el rostro y las entrañas a nuestra patria. Aunque sea doloroso y sin maquillar la realidad, reconozcamos en primer lugar, que nos encontramos en una grave crisis nacional, como no la habíamos vivido hace mucho tiempo en México.
En segundo lugar, identifiquemos las causas profundas de esta problemática, sobre todo la corrupción y la impunidad que reinan entre nosotros.
Y en tercer lugar, tomemos las decisiones pertinentes hacia soluciones de fondo, como hablar con la verdad, aplicar la justicia a todos los responsables de los crímenes y desapariciones en Iguala, verdadero holocausto que, como los judíos no lo olvidaremos; pongamos en el centro de la vida nacional los derechos humanos, combatiendo con ellos la criminalidad. No demos carpetazo a los problemas, ni le apostemos al olvido, porque resultará contraproducente ante una sociedad que ha despertado del conformismo en que se encontraba.
Solo así, la ciudadanía otorgará credibilidad y confianza a su gobierno, para fortalecer el Estado de Derecho en la transparencia y rendición de cuentas, asegurando que nuestras leyes no permitan la corrupción, de modo que el “México legal” se convierta en el “México real”. De otra manera, seguiremos aparentando una modernidad sustentada en pies de arcilla, en instituciones endebles y algunas confabuladas con el crimen organizado.
Urge pues, que estos planteamientos se traduzcan en acciones prontas y eficaces; solo así será posible impulsar sólidamente las reformas estructurales propuestas. ¡El futuro de México está en nuestras manos, asumamos cada uno nuestra responsabilidad!
Que la paz y el amor del Niño Jesús y este Año Nuevo nos colmen de alegría, aviven nuestra esperanza frente a todo desaliento y nos impulsen a la construcción de un México nuevo y mejor para todos.