Sem. Octavio Sánchez Rodríguez
La participación de los fieles en cada celebración litúrgica, aunque requiere e involucra a todo bautizado que se congrega para celebrar su fe, también implica oficios y ministerios diversos que son confiados a algunos en particular. Por ello en la celebración encontramos a los miembros del Orden Sagrado (Obispo, Presbíteros y Diáconos), y a algunos fieles del pueblo de Dios desempeñar ministerios particulares. El ministerio es un servicio, no un privilegio o un honor que nos hace superiores a los otros, sino todo lo contrario, pues cada vez que podemos servir a nuestros hermanos seguimos el ejemplo de Cristo que “vino a servir y no a ser servido” (cf. Mt 20,28). El papel de cada uno debe ser respetado y promovido para lograr esa armonía que conduce a una unidad de alabanza y adoración.
En lo que concierne al ministerio de los pertenecientes al Orden Sagrado, podemos decir que, el Obispo, al tener la plenitud del sacerdocio, es el principal dispensador de los misterios de Dios, y en la Iglesia a él encomendada es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica (cf. CIC c. 835 §1). El Presbítero, colaborador del Obispo, posee por el sacramento del Orden, la sagrada potestad de ofrecer el sacrificio, actuando en la persona de Cristo, preside, por esta razón, al pueblo fiel congregado aquí y ahora, dirige su oración, le anuncia el mensaje de la salvación, asocia así mismo al pueblo al ofrecer el sacrificio por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre, da a sus hermanos el pan de la vida eterna y participa de Él juntamente con ellos (IGMR 93). El Diácono, que ha gozado de gran honor en la Iglesia desde los tiempos apostólicos, recibe como principal deber ayudar al Obispo (con el que está estrechamente relacionado) o al Presbítero, anuncia el Evangelio, prepara el altar para la celebración del sacrificio, distribuye la Eucaristía.
También encontramos los llamados ministerios laicales, que cualquier bautizado, con la debida preparación, puede desempeñar en una celebración litúrgica. Entre estos encontramos el ministerio del acólito y del lector instituido. El acólito es instituido para el servicio del altar y para ayudar al sacerdote y al diácono. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio (IGMR 98 y 99). Cuando no están presentes los ministros instituidos, se designa a otros laicos, para que desempeñen estas y otras funciones en las celebraciones litúrgicas, como el caso de proclamar los salmos (salmistas), dirigir el canto, preparar todo lo necesario para la celebración (sacristán, maestro de ceremonias), realizar breves comentarios que animen la celebración (comentador), etc. Los oficios que no son propios del sacerdote ni del diácono pueden ser confiados a laicos idóneos por medio de una bendición litúrgica o una designación temporal.
Todos aquellos, que aun cuando no ejercen un ministerio específico, forman parte del único pueblo adquirido por Dios, deben por tanto, manifestar esta unidad, al escuchar la Palabra de Dios con atención, al participar en las oraciones y en el canto en los momentos correspondientes, y al observar comunitariamente gestos y actitudes corporales.
Que al descubrir que el ministerio, que cada uno desempeña según su condición, complementa a toda la comunidad y nos adentra en el misterio de fe celebrado, nos ayude a vivir plena y activamente nuestras celebraciones litúrgicas.