Sem. Juan Carlos Cruz
Hemos estado hablando de la espiritualidad mariana, hemos dicho en las anteriores reflexiones que la devoción mariana es aquella que imita las virtudes de María. Esto lo comenzamos a hacer en el diálogo amoroso del Santo Rosario, ahí, nuestra Santísima Madre nos enseña a contemplar incesantemente el rostro amoroso de Cristo.
Cuando fuimos bautizados nos unimos a Cristo, nos hicimos hijos adoptivos de Dios. El deber de todo bautizado es configurase a Cristo, parecerse a Cristo, este deber es un camino continuo, un proceso continuo de mirar a Cristo. Nuestra Santa Madre nos introduce tiernamente en este proceso de configuración, nos hace respirar los mismos sentimientos de Cristo. Es como cuando dos amigos se frecuentan, entre más cercanía tengan, más se parecen en sus costumbres, en sus actitudes, en sus ideales. Al tener este diálogo amoroso, el Rosario, con María, en el que hablamos de Cristo, vamos teniendo cada vez más la cercanía de los amigos, nos vamos pareciendo poco a poco a Ellos, en nuestras limitaciones.
María nos va guiando, como Madre nos va educando, de tal manera que Cristo se vaya formando en nosotros. Este diálogo va preparando nuestro corazón para recibir al Hijo. Ella, nuestra Madre, es la que más perfectamente nos une a Cristo, ya que ella es quien más se le parece, quien más perfectamente le conoce. Cuanto más nos consagramos a María, tanto más nos consagramos a Cristo.
Los misterios del Rosario son un bello resumen del Evangelio. En ellos podemos conocer y contemplar a Cristo, a través de la repetición continuada de las Avemaría, son alabanza constante a Cristo. En los misterios de gozo dialogamos con María sobre la alegría de la encarnación, nos enseña sobre la prontitud del servicio en la visita que hace a Isabel; el gozo desbordante del nacimiento; contemplamos la purificación de María y la presentación de Cristo al templo, como el drama de la profecía de Simeón y se abre la puerta al dolor en la angustia de no encontrar al Hijo querido.
Meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo ‘buena noticia’, que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo. (Rosarium Virginis Mariae)
¡Qué no falte María en tu vida!