“Un perseguidor de la Iglesia se convierte, Saulo de Tarso”
Pbro. Álvaro Monarca Acocal
El escritor y religioso italiano Alfonso Salvini no se equivoca al mencionar que “la conversión de San Pablo es el milagro más ruidoso del cristianismo” en que evidencia más la acción divina que el esfuerzo humano, tal suceso no podría ignorarse, por eso cada año el 25 de enero celebramos con alegría la conversión de un perseguidor de la Iglesia.
Saulo de Tarso es el nombre hebreo por el que se da a conocer desde el principio entre los judíos y romanos, pero después de encontrarse con el Hijo de Dios decide quedarse con el nombre latino de Pablo como signo de entrega radical de su vida por el Evangelio para difundirlo con fe y caridad, y defenderlo con ardiente celo hasta la muerte. Todos los cristianos lo veneramos como “San Pablo, el Apóstol de los gentiles”.
El termino conversión poseé una profundo significado en griego (metánoia), es decir, por una íntima y total transformación y renovación de su sentir, juzgar y disponer que se realiza a través del encuentro con Cristo Jesús. (cf. Constitución Apostólica Paenitemini).
El proceso de conversión de San Pablo se encuentra en el pasaje bíblico del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 9,1-30); Al inicio se percibe como Saulo desea vengarse de los que siguen aceptado la fe en Jesucristo resucitado. Con autorización del Sanedrín se apresura a Damasco para realizar la persecución de los cristianos, y sentenciarlos después a muerte. Sin embargo, sucede que en el camino Saulo cae en tierra deslumbrado, desde aquí inicia el proceso de conversión, entre la luz que lo rodea ve a Dios hecho hombre mostrando su gloria celestial quien lo llama: “Saulo, Saulo”, para asegurarse quien conocía su nombre él pregunta: “Quien eres Señor” y escucha la respuesta: “Yo Soy Jesús, a quien tu persigues”.
Jesús le demuestra su pecado, Saulo reconoce en lo íntimo de su ser la maldad de sus acciones, se arrepiente y experimenta el amor de Jesucristo por su Iglesia. Se ve en la necesidad de salir de ese estado de miseria, pues ya no quiere ser esclavo de su soberbia y cometer más atrocidades, sino esforzarse por cambiar de actitud dejándose ayudar por la gracia de Dios que da libertad, sin la cual no podría hacer nada.
Continúan el proceso de cambio, “pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”, Jesús ha transformado al perseguidor en un hombre dispuesto al mandato divino. El encuentro ha marcado la vida de Saulo, que ya no impone su soberbia sino toma la actitud de sumiso humilde y se desprende de sí mismo para que actué sobre él la gracia y la voluntad de Dios.
Durante tres días sin la capacidad de ver, sin el deseo de probar alimento y bebida, y solo en oración, de modo que en Saulo se producía por la gracia de Dios el cambio de sus convicciones: de la ceguera de odio a la verdad del amor; de la derrota del orgullo a la armonía con Dios.
Después de un tiempo de ejercitar el espíritu en oración viene el compromiso, cuando el Señor le responde: “Vete, pues he elegido a este como instrumento para llevar mi nombre mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los israelitas” (cf. Hech 9,15); “Yo le mostrare todo lo que tendrá que padecer por mi nombre” (Hech 9,16).
El que antes perseguía, ahora será perseguido, azotado y maldecido, aunque eso no le preocupa pues lo considera una batalla victoriosa ante sus enemigos que intentan evitar su predicación, su único temor es volver a ofender a Dios, el mismo lo menciona en diversas ocasiones: “pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia” Flp 1,21; “en cuanto a mí, Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” Gal 6,14b.
La firmeza de su conversión se manifiesta al sentir sobre él las manos de Ananías por mandato del Señor, al escuchar las siguientes palabras: “Saulo, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hech 9,17), y fue bautizado. El lobo es convertido en cordero.
Aquel encuentro de amor lo ha conquistado, él mismo lo expresa “a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obre por ignorancia en mi infidelidad” (1 Tim 1,13).
El amor y gracia de Jesucristo lo impulsa a ser un fiel valiente e incansable en su apostolado para propagar el Reino de Dios a aquellos que no lo conocen: “a los cuales Yo te envió, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios” (Hech 26,17b-18a).
No es de extrañarse que muchos cristianos de Damasco y Jerusalén al ver a Pablo predicando desconfiaban de la sinceridad de su conversión, era necesario reconciliarse con quienes había dañado, Bernabé se hace responsable y toma el papel de conciliador para que sea acogido por el perdón y el amor de la Iglesia fundada por Cristo.
San Pablo vivió su conversión como regalo de Dios. Jesucristo quiere regalar este don a través de su Iglesia e invita al ser humano a buscar el camino de conversión de su vida desde el profundo cambio de su ser, para alcanzar su realización plena como hijo de Dios.
Sería muy atrevido que alguien pensara que ya hizo lo suficiente, con el solo hecho de asistir a misa o tener alguna responsabilidad en la Iglesia, o ser padrino de algún sacramento, que ya es demasiado perfecto y puede declararse convertido totalmente, por eso es importante que al final del día realicemos un profundo examen de conciencia en oración ante Dios, para descubrir lo que llevamos en nuestro corazón, además que nos ayuda a conocernos más. Es importante no olvidar que convertirse es aceptar la salvación que viene de Cristo, por consiguiente su perdón en el sacramento de la Confesión.
El Papa Francisco nos recuerda que somos responsables de la conversión del prójimo y con nuestro testimonio demostrar a Cristo vivo y resucitado, quien tiene el poder de cambiar la vida y dar la felicidad.
La conversión forma parte esencial del caminar de la vida cristiana, así lo decía el Papa emérito Benedicto XVI: “la conversión es un acto de vida, que se realiza con paciencia toda la vida”, no es fácil, pero debe ser continua en cada día, es perseverar en dar testimonio constante y evitar las ocasiones de pecado, para ser buenos, mejores y santos ante Dios.
Recordando la Fiesta de la Conversión de San Pablo, exclamemos: “¡Apóstol San Pablo, predicador de la verdad y maestro de los gentiles, intercede por nosotros ante Dios que te eligió, amén!”