P. Ranulfo Rojas Bretón
San Pablo en su carta a los romanos capítulo 8 nos dice: “ustedes no viven conforme al desorden egoísta del hombre, sino conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu habita verdaderamente en ustedes”. ¿Cuál es ese desorden egoísta del hombre? Vivir conforme al desorden egoísta es poner el “EGO”, o sea el “YO” en el centro de todo. Todo se hace circular entorno a mí. Por eso siempre hablo de “mis cosas” “mis intereses”, lo que “me conviene” lo que es “para mi”; “primero yo, luego yo y después yo”; el “otro” el prójimo se deja fuera, “se descarta” como dice el Papa Francisco. No me importa lo que le pasa al otro, lo que sufra, todo ello no es “mi problema”, simplemente no existe para mí, porque yo estoy ocupado en “mis cosas” y “mis intereses”. Este es el desorden egoísta del hombre; no solo se ha olvidado del hombre, más aún “se ha convertido en lobo del mismo hombre”, como afirma Thomas Hobbes, en depredador del mismo hombre –como afirma en su obra, el Leviatan- y no le ha importado dañar a la sociedad, a la naturaleza y con ello dañarse a sí mismo.
El cristiano, continúa San Pablo: “no está sujeto al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta”. Entiende San Pablo, como lo debemos entender cada uno de nosotros que optamos por el seguimiento de Cristo y nuestra regla de conducta no debe ser el EGO, esto es algo desordenado, nuestra regla de conducta debe ser la vida conforme al Espíritu y esa vida es la del amor, la del orden la de la “alteridad”, es “vivir para el otro”. No puedo desinteresarme de lo que le pasa al “prójimo”, lo que sufre, lo que padece, lo que necesita. El “otro” no es un extraño, o alguien descartable, es “mi hermano”, es alguien que camina conmigo, que vive conmigo.
Si hemos de hacerle caso a San Pablo –en ese mismo capítulo- no podemos dejar a un lado su advertencia: “si ustedes viven de ese modo, ciertamente serán destruidos”. Y ojo, seremos destruidos no porque se trate de un castigo al estilo de Sodoma y Gomorra que fueron aniquilados por Dios, sino porque el desorden lleva a la destrucción. Si continuamos con una vida desordenada y egoísta, si nos olvidamos del prójimo, y no nos importa si lo asaltan, si lo agreden, si lo dañan, al final todo eso se revertirá contra nosotros porque nadie habrá que se preocupe por nadie y entonces la indiferencia será nuestra regla de vida.
El daño provocado al medio ambiente, la contaminación del agua, la deforestación, la contaminación del aire y el daño a la tierra, se están revirtiendo contra nosotros mismos convertido en enfermedades, epidemias y en escases.
La indiferencia ante lo que le pasa al vecino, a quien no te importa que roben en su casa o negocio o asalten junto a ti, se revierte en vulnerabilidad y en el miedo con el que siempre andamos y por ello tratamos de poner rejas en todos lados.
Vivir conforme al Espíritu es la clave de una vida buena pues el amor y el servicio al otro es garantía no solo de mi vida sino de la vida buena para todos.