P. Ranulfo Rojas Bretón
Tal vez uno de los gestos más hermosos pero más difíciles sea precisamente perdonar y sobre
todo perdonar de corazón. Y es que quienes han sido agraviados o hemos sido agraviados, porque
creo que todos lo hemos sido, sufrimos mucho para poder perdonar.
Hay quien ha sido maltratado, discriminado, agredido, sufrido un fraude, incluso ha sido víctima de
una negligencia, o abuso de poder, hay quien ha sufrido la pérdida de un familiar por asesinato o
incluso ha sido violado sexualmente o ha vivido la experiencia de ver a un familiar que ha sido
abusado sexualmente. He señalado situaciones muy dramáticas que hacen difícil pensar en la
posibilidad de perdonar. Es más, son situaciones perfectamente justificables para sentir odio o
rencor. Recuerdo a varios hijos que odian a su padre porque de pequeños los abandonó para irse
con otra mujer y formar otra familia. Así podría ir citando casos muy lamentables.
En situaciones como esas, ¿se puede pedir perdonar? En realidad el gesto es muy difícil y sin
embargo, el mensaje cristiano insiste en ello: “perdona de corazón”. Perdonar exige muchísimo y
especialmente exige haber vivido experiencias de perdón. El texto de Mateo 18, 21 -35., ilustra
perfectamente lo dicho: “Entonces Pedro se acercó con esta pregunta: «Señor, ¿cuántas veces
tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No te
digo siete, sino setenta y siete veces.» «Aprendan algo sobre el Reino de los Cielos. Un rey había
decidido arreglar cuentas con sus empleados, y para empezar, le trajeron a uno que le debía diez
mil monedas de oro. Como el hombre no tenía con qué pagar, el rey ordenó que fuera vendido
como esclavo, junto con su mujer, sus hijos y todo cuanto poseía, para así recobrar algo. El
empleado, pues, se arrojó a los pies del rey, suplicándole: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo
pagaré todo.» El rey se compadeció y lo dejó libre; más aún, le perdonó la deuda.
Pero apenas salió el empleado de la presencia del rey, se encontró con uno de sus compañeros
que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y casi lo ahogaba, gritándole: «Págame lo que me
debes.» El compañero se echó a sus pies y le rogaba: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré
todo.» Pero el otro no aceptó, sino que lo mandó a la cárcel hasta que le pagara toda la deuda.
Los compañeros, testigos de esta escena, quedaron muy molestos y fueron a contárselo todo a su
señor. Entonces el señor lo hizo llamar y le dijo: «Siervo miserable, yo te perdoné toda la deuda
cuando me lo suplicaste. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo tuve
compasión de ti?» Y tanto se enojó el señor, que lo puso en manos de los verdugos hasta que
pagara toda la deuda. Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que
cada uno perdone de corazón a su hermano.»”
El texto enseña una dramática situación, este sujeto que debía diez mil monedas de oro, suplicó
paciencia y fue perdonado, pero no experimentó el perdón, tan es así que no fue capaz de
perdonar a quien le debía solo cien monedas y no fue capaz de ofrecer perdón, simplemente
recibió el perdón y tal vez creyó que merecía el perdón, pero no lo sintió como obra de la
misericordia del que lo perdonó sino como una obligación o un premio y eso hizo que no fuese
capaz de ofrecerlo.
Creo que es muy difícil perdonar de corazón si es que no se ha experimentado en carne propia el
perdón. Cuando uno se equivoca gravemente y el agraviado lo perdona a uno y especialmente
siente la fuerza de su perdón, entonces se va capacitando para poder perdonar. Seguro que todos
rezamos la oración del Padrenuestro y también seguro que pasamos de largo la parte que dice:
“Perdona nuestras ofensas como NOSOTROS TAMBIÉN PERDONAMOS a los que nos ofenden”. A
propósito he querido poner en mayúsculas esa frase que nos compromete a perdonar y perdonar
de corazón.