P. Ranulfo Rojas Bretón
El domingo 15 de octubre, pasará a la historia de la Iglesia de Tlaxcala y de México como el día en que el Papa Francisco canonizó a los Niños Mártires de Tlaxcala, Cristóbal, Antonio y Juan, los primeros mártires de América.
La gran fiesta del domingo tiene como gran ofrenda la sangre preciosa de tres niños que aceptaron asistir al banquete preparado por Dios. No se fueron a su negocio ni a su campo, se fueron a participar en el banquete de bodas y se pusieron el traje de fiesta, ese traje resplandeciente de su sangre pero ya lavado con la sangre del Cordero al que reconocieron como su Señor y del cual aceptaron la marca en la frente. Estos pequeños niños, llevan la palma del martirio porque han dado testimonio con su vida de la fe que profesan.
Aún resuenan las palabras de Cristóbal a su padre Acxotecatl casi al morir: “Padre quiero que sepas que no estoy enojado, es más estoy muy contento y debes saber que me has hecho más honra que si me hubieras heredado tu Señorío”. Antonio y Juan respondieron con firmeza a Fray Martín de Valencia cuando los prevenía de la posibilidad de morir: “Padre, nos platicaste que crucificaron a san Pedro, que degollaron a san Pablo, que desollaron a san Bartolomé. Entonces si Dios se sirve de nuestra vida, seremos bendecidos”.
Estos pequeños desde ahora pertenecen al coro de los santos y glorifican a Dios día y noche. Ahora nosotros que nos sentimos orgullosos porque son como nosotros, de nuestros mismos pueblos, de nuestra misma raza y origen, debemos tomar su ejemplo y con valentía aceptar la invitación al banquete del Reino y con el traje de fiesta estar ahí dispuestos a compartir el cáliz que se nos ofrece. Hoy más que nunca, se necesita de católicos que no prefieran su campo o su negocio, sino que descubran la hermosura de participar en el banquete de Reino.
Tengo fresca la ceremonia del 6 de mayo de 1990 cuando el hoy Santo Juan Pablo II beatificara a los niños mártires en la Basílica de Guadalupe, pocos pensábamos que nos tocaría ver la canonización y con ello ver coronada la obra de Mons. Luis Munive, de Mons. Ángel Cano y de quienes pusieron las bases de esta obra y desde el cielo acompañan este acontecimiento. Seguro que se alegran desde el cielo y volverían a decirnos como lo hacía Don Luis: “se necesitan santos para que los imitemos”.
Hoy vemos culminada una obra y comienza otra. Es justo reconocer a quienes tomaron con amor esta obra y la continuaron hasta el día de hoy. Ahora seguirá la labor de hacer que el testimonio de estos niños, sean luz para los niños, adolescentes y jóvenes que contemplando su radicalidad y su compromiso, también quieran hacer algo por sus comunidades.
El orgullo de ver develarse las imágenes de los niños mártires en la plaza de San Pedro es maravilloso. Ahí están nuestros paisanos, como estandartes que debemos tomar y con la misma pasión ir a cada uno de nuestros ambientes como ellos lo hicieron en su tiempo, para proclamar la presencia de Dios y llevar su amor y misericordia a quienes tanto lo necesitan. Hay muchas periferias existenciales a las que no hemos llegado y que esperan un mensaje de amor. Los niños mártires son esa expresión de amor que se entrega, que se dona hasta dar la vida tal como Cristo se entregó y dio la vida por nosotros. ¿No te gustaría poder imitar a estos niños gloriosos?