P. Ranulfo Rojas Bretón
Las palabras de la Virgen María de Guadalupe dichas a San Juan Diego siguen resonando en los oídos de cada uno de los católicos que seguimos gozando del regalo de Jesús en la cruz: “Hijo ahí tienes a tu madre, Madre ahí tienes a tu hijo”. Y María ha estado siempre pendiente del hijo entregado en la cruz.
Cada año se renueva el acontecimiento de la madrugada de 1531 y se repite el encuentro del hijo con la madre. Cada año se vuelve a sentir lo vivido por Juan Diego, es la madre la que va al encuentro del hijo, son los cantos de los pájaros, los que anuncian la presencia de la mujer bajada del cielo, son las rosas el signo de que María habla y reconforta: “¿no estoy yo aquí que soy tu madre, que no estás por ventura entre mis brazos?”. Efectivamente ahí estamos en los brazos de nuestra madre María.
Revivido el acontecimiento guadalupano, tomamos conciencia de que cada uno de nosotros estamos ahí, en el regazo de nuestra madre que nos mira con ternura. Tal vez nosotros como pasa con los hijos adolescentes nos rehusemos a querer estar en sus brazos, tal vez seamos de esos hijos que queremos vivir nuestra vida sin la mirada de la mamá y hasta nos moleste el que mamá esté presente y cercana a nosotros, sin embargo, ella como buena mamá nos sigue mirando con ternura y más cuando sabe que necesitamos de ella.
Ojalá fuésemos de los hijos que agradezcamos la presencia de nuestra madre acompañando nuestro caminar; fuésemos de los hijos que busquemos con frecuencia el regazo materno.
Lamentablemente, es más común la actitud de hijos que se alejan del regazo, que quieren vivir su vida aunque en el pecado llevemos la penitencia porque lejos del regazo materno nos perdemos.
Nuestros problemas nos abruman, padecemos angustia, desesperación, pobreza, inseguridad muchos males que nos dañan y cuando parece que sería obvio la búsqueda de los brazos protectores y consoladores de mamá, preferimos la distancia. ¿Queremos estar tranquilos, sentirnos seguros? ¿Qué mejor seguridad y protección que los brazos maternos? Pero con frecuencia no lo entendemos ni lo vemos así, sin embargo, haciendo oídos sordos a nuestra actitud rebelde, ahí está nuestra madre del cielo diciéndonos: ¿Qué es lo que te preocupa, no estoy yo aquí que soy tu madre? Bien nos haría un poco de humildad y reconocer que solos nos perdemos en el camino, que intentando una vida de supuesta autonomía vagamos sin encontrar el rumbo.
Volteando a ver la mirada tierna de nuestra madre en ese ayate nos descubrimos amados, queridos, protegidos. Ahí está nuestra mamá pendiente de lo que necesitamos, y, estoy seguro que aún sin que se lo pidamos sigue muy al pendiente de nosotros porque ella es mamá, y porque todas las mamás no esperan que el hijo vaya a solicitarles lo que necesitan, porque todas las mamás se dan a sus hijos incondicionalmente. Así lo reconoce el mismo Dios: “¿Puede una madre olvidarse de su hijo al grado de dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas?”. La Virgen María jamás deja de sentir ternura, ella está ahí con su mirada tierna cuidando al hijo, pendiente de sus necesidades.
Un personaje del fútbol mexicano, Enrique “el ojitos” Meza, al ser insaculado al Salón de la Fama, agradecía a la Virgen de Guadalupe por acompañarlo y acompañar a todos, “la Virgen de Guadalupe, decía, ha sido la jugadora número 12 de muchos equipos de fútbol”. Refiriéndose a la protección que ejerce nuestra madre en la vida de cada uno.
Me gusta repetirme con frecuencia esas hermosas palabras: ¿Hijo mío el más querido, qué es lo que te aflige, qué te preocupa? ¿Qué no estoy yo aquí que soy tu madre, qué no estás por ventura en mi regazo? Y así esbozar la sonrisa de quien se sabe querido y protegido, de quien sabe y siente el amor protector de madre sobre él. La Virgen María sigue aquí cercana y pendiente de lo que nos daña y nos aflige.
Sintamos la caricia de nuestra madre, sintamos el abrazo materno y dejémonos acariciar y consentir por nuestra mamá del cielo, en ningún lugar estaremos tan seguros como en sus brazos amorosos.