Pbro. Ranulfo Rojas Bretón
A propósito de los hechos pasados con motivo de la celebración del “Día de la Bandera” en la que los miembros del ejército colocaron el escudo nacional de cabeza al momento de izarla, ofreciendo con ello un grave espectáculo que ha provocado el malestar e incluso la burla de mucha gente, por más que el presidente haya querido disculpar el hecho. No se pudo evitar recordar que hace también un año se izó la bandera y se encontraba desgarrada. Todo ello ha dado pie a comentarios e incluso interpretaciones de muchos actores políticos y sociales. Lo cierto es que fue un lamentable hecho que no se puede obviar.
Al celebrar el día de la bandera, inmediatamente me llega a la mente aquellos honores de los días lunes cuando formados en el patio central, -la cancha de basquetbol- realizábamos ese acto cívico. No faltaba en algunas ocasiones la célebre poesía “Banderita mexicana, banderita tricolor, te doy mi vida, mi vida entera hoy que soy niño desde la escuela…” y así seguía ese poema corto del cual solo me aprendí la parte que escribí. Pero al llegar el momento del toque de bandera cantar esta parte que me emocionaba: “Es mi bandera, la enseña nacional, son estas notas su cántico marcial. Desde niño sabremos venerarla y también por su amor, ¡vivir!”. Desde niños aprendimos que los grupos humanos, siempre portaban un estandarte, una bandera, colores que se debían defender. En esta educación mi padre fue fundamental. Recuerdo que cuando pasaba la bandera siempre nos decía que deberíamos ponernos de pie, saludar y si teníamos sombrero o gorra deberíamos descubrirnos la cabeza. Siempre lo vi haciendo eso y también haciendo corajes cuando algunas personas no guardaban la debida reverencia y más si mientras se hacían los honores, algunos maestros de la primaria platicaban entre sí. Según yo exageraba, pero él platicaba que la bandera era algo sagrado y que no se le podía faltar al respeto.
De niño siempre me impresionó la historia del “niño héroe” que cuando en la invasión de Estados Unidos a México el 12 y 13 de septiembre de 1847 a punto de caer el Castillo de Chapultepec, envuelto en la bandera se arrojó al precipicio antes que permitir que la bandera cayera en manos de los invasores. Ya en la relectura de la historia se han caído varios de esos mitos. El primero es no fueron niños, solo Vicente Suárez y Francisco Márquez tenían cumplidos 14 años. Los demás ya tenían mínimo 19 años. Y que según el historiador Alejandro Rosas cita como uno de los productos oficiales para enaltecer la religión social. Lo cierto es que ya nadie que cree que el hecho de arrojarse del Castillo haya sido verdad y que ninguno de los que se citan en verdad lo fue. Al parecer la historia del suicidio nació durante la ceremonia de conmemoración de 1878 cuando Manuel Raz Guzmán en un poema épico en la conmemoración de la Batalla del Molino del Rey, narró en forma poética como Agustín Melgar ( y no Juan Escutia o Juan de la Barrera). Dice el poeta: “…pero tú, Melgar … rodeado de enemigos les disparas tu arma, y no teniendo esperanza, antes que rendirte te envuelves en el pabellón nacional y presentas tu pecho juvenil a las balas del invasor …”
Tal vez pocos sepan que la primera bandera que se confecciona en Iguala en 1821 conocida como la de las tres garantías tenía líneas diagonales en colores blanco, verde y rojo con el siguiente significado: El blanco, la religión católica considerada como única; el verde representaba la Independencia de México y el rojo, la unión e igualdad de todos los mexicanos, españoles y las castas. Ya luego poéticamente pasaron a significar el verde los valles de México, el blanco la pureza y el rojo la sangre de los héroes.