ORIGEN DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN Y EL MONTE CARMELO

Hna. María Angélica López Silva S.S.C.J.P.

El Carmelo era sin duda, el Monte donde numerosos Profetas rindieron culto a Dios. Los principales fueron Elías y su Discípulo Eliseo, pero existían también diferentes personas que se retiraban en las cuevas de la montaña para seguir una vida eremítica. Esta forma de oración, de penitencia y de austeridad fue continuada siglos más tarde, concretamente en el III y IV, por hombres cristianos que siguieron el modelo de Jesucristo y que de alguna forma tuvieron al mismo Elías como patrón situándose en el valle llamado Wadi-es-Siah.

A mediados del siglo XII, un grupo de devotos de Tierra Santa procedentes de Occidente -algunos creen que venían de Italia-, decidieron instalarse en el mismo valle que sus antecesores y escogieron como Patrona a la Virgen María. Allí construyeron la primera iglesia dedicada a Santa María del Monte Carmelo. Desde su Monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco la Advocación, respondía a una imagen en especial.

Quisieron vivir bajo los aspectos Marianos que salían reflejados en los Textos Evangélicos: Maternidad Divina, Virginidad Perpetua, Inmaculada Concepción y Anunciación. Estos devotos que decidieron vivir en comunidad bajo la oración y la pobreza, fueron la cuna de la Orden de los Carmelitas, y su Devoción a la Virgen permitió que naciera una nueva Advocación: Nuestra Señora del Carmen.

Según la tradición, un 16 de julio de 1251, San Simón Stock, Superior en ese entonces de los Carmelitas, se encontraba en profunda oración rogando por sus Religiosos perseguidos cuando la Virgen se le apareció con el hábito de la Orden en la mano y le entregó el Escapulario.

Tiempo después la Devoción a la Virgen del Carmen fue floreciendo y la Espiritualidad Carmelita se extendió por varios lugares del mundo.

La Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, que se celebra cada 16 de julio, es además símbolo del encuentro entre la Antigua y la Nueva Alianza porque fue en el Monte Carmelo (que en vocablo hebreo significa jardín) donde el Profeta Elías defendió la fe del pueblo escogido contra los paganos.

Se dice que Elías y Eliseo permanecieron en el Monte Carmelo y con sus Discípulos vivieron de manera contemplativa, como Eremitas en oración. A mediados del siglo XII de nuestra era, San Bartolo fundó la Ermita de la Orden del Carmelo y varios sacerdotes latinos fueron a vivir al Carmelo como Eremitas.

Por el 1205 San Alberto, Patriarca de Jerusalén, entregó a los Eremitas del Carmelo una regla de vida, que fue aprobada por el Papa Honorio III en 1226. Ellos tenían la misión de vivir en la forma de Elías y de María Santísima, a quien veneraban como la Virgen del Carmen.

En el Siglo XIII, el Papa Inocencio IV concedió a los Carmelitas el privilegio de ser incluidos entre las Órdenes Mendicantes junto con los Franciscanos y Dominicos. Los carmelitas han pasado por algunas reformas, siendo la más grande la que hicieran Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. A través de los siglos esta Espiritualidad ha dado muchos Santos a la Iglesia.

Promesas de la Virgen del Carmen

Primera promesa

Es la gran promesa, el privilegio de preservación o exención del infierno para cuantos mueren revestidos con el Escapulario Carmelitano. Orando con fervor a la Virgen, a San Simón Stock, General de la Orden Carmelitana, se le apareció circundada de ángeles la Santísima Virgen (15 de Julio de 1251) y entregándole, como prenda de su amor maternal y de ilimitado poder, el Santo Escapulario, le prometió que cuantos murieren revestidos de él no se condenarían. Las palabras de la Virgen fueron éstas: “El que muriere con el Escapulario no padecerá el fuego del infierno”.

Segunda promesa

Estando orando el Papa Juan XXIII, se le apareció la Virgen, vestida del hábito carmelitano, y le prometió sacar del purgatorio el sábado después de la muerte al que muriese con el Escapulario. María dijo al Papa: “Yo Madre de misericordia, libraré del Purgatorio y llevaré al cielo, el sábado después de la muerte, a cuantos hubieses vestido mi Escapulario”.

Tal es el Privilegio Sabatino, otorgado por la Reina del Purgatorio, a favor de sus Cófrades Carmelitas por el Papa Juan XXII y promulgado por éste en la Bula Sabatina (3 de Marzo de 1322) aprobada después por más de veinte Sumos Pontífices.

Por él, el Sábado siguiente a la muerte de los Cófrades Carmelitas, o como se interpreta en la Iglesia, cuanto antes, pero especialmente el sábado, según declaración del Paulo V, la Virgen del Carmen, con cariño maternal, los libra de la cárcel expiatoria y los introduce en el Paraíso. El Papa Paulo V expidió el 20 de enero de 1613 el siguiente Decreto: “Permítase a los Padre Carmelitas predicar que el pueblo cristiano puede piadosamente creer que la Bienaventurada Virgen María con sus intercesiones continuas, piadosas sufragios y méritos y especial protección, ayudará después de la muerte, principalmente el sábado, día a ella dedicado, a las almas de sus cofrades que llevaren el hábito carmelitano”.

Condiciones para ganar estos privilegios

Para merecer la primera Promesa de la perseverancia final, se requiere haber recibido el Escapulario de manos de Sacerdote, llevarlo siempre puesto, especialmente en la hora de la muerte, e inscribir el nombre en el libro de la Cofradía.

Para ganar la segunda Promesa, el privilegio Sabatino, sobre los tres requisitos anteriores, se exige guardar castidad, según el propio estado, rezar siete padres nuestros, aves marías y glorias. Guardar abstinencia (si pueden hacerlo) los miércoles y los sábados; esta obligación puede un confesor conmutarlas por otros rezos.

“En un mundo lacerado por la lógica de la ganancia que produce nuevas pobrezas y genera la cultura del descarte no dejo de invocar la gracia de una Iglesia pobre y para los pobres. No es un programa liberal, sino un programa radical porque significa un regreso a las raíces. El volver a los orígenes no es replegarse hacia el pasado sino fuerza para un inicio valiente dirigido al mañana. Es la revolución de la ternura y del amor”.

(Papa Francisco)

Amado Lector, estas fuentes de gracias para nuestras almas, en todo momento están a nuestro alcance; nuestro Pueblo es un pueblo creyente, piadoso y amante de la Santísima Virgen María en las distintas Advocaciones. Aceptemos y acojamos la ternura y el amor de Dios a través de nuestra dulce y tierna Madre y que nuestra vivencia comprometida de fe, sea ese impulso valiente y esperanzador para nuestras nuevas generaciones.