Pbro. Ranulfo Rojas Bretón
Mi nueva casa será a partir de ahora el Seminario de Tlaxcala, la obra en la iglesia más trascendente porque significa tener el semillero para la formación de los futuros sacerdotes. Don Luis Munive Escobar primer obispo de Tlaxcala lo llamaba “La niña de los ojos del obispo” y “el corazón de la Diócesis”. Don Luis comenzó su ministerio el 12 de noviembre de 1959 y una de las tareas principales que se propuso fue la construcción de un seminario. Hubo varias propuestas de lugares, entre ellas, los vecinos de Ocotlán ofrecieron el terreno, se valoró la oferta y también vecinos de Atlihuetzia ofrecieron terreno. En ambas había razones para la aceptación, Ocotlán el lugar de la aparición de la Virgen de Ocotlán, había sido párroco Don Luis y ahí también le ofrecieron el terreno para establecer la residencia del obispo. El terreno de Atlihuetzia se ubicaba a 5 kilómetros de Apizaco y a 12.5 de Tlaxcala, no había construcciones alrededor pero estaba en un lugar conocido como la “Y” griega, era el lugar del cruce de la carretera Tlaxcala – Apizaco y la Federal de México –Veracruz. Se ubicaba en el centro geográfico de Tlaxcala, eso podría ser significativo para una Iglesia que renacía. Don Luis optó por ese lugar y el 6 de marzo de 1960, el Delegado Apostólico Don Luigi Raymondi, bendijo y colocó la primera piedra de lo que sería el Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Ocotlán. Pero como el Seminario no es la construcción sino las personas. El seminario de Tlaxcala oficialmente comenzó con un grupo de 32 chiquillos el 15 de febrero de 1962.
El Seminario de Tlaxcala tuvo su residencia en la Colegiata de la Basílica de Ocotlán, una parte del seminario también se ubicó en la Parroquia de San Agustín Tlaxco, luego se instaló en San Pablo Apetatitlán en las instalaciones que por mucho tiempo ocupó el Seminario de Puebla, mismas que dejó en 1968 y el Seminario de Huejutla. Hoy en dichas instalaciones se encuentra el Centro Diocesano de Pastoral y la Escuela de Música de la Diócesis de Tlaxcala. En julio 1967 se comenzó a habitar el que sería el Seminario de la “Y” griega y de manera oficial el 25 de marzo de 1969 cuando Don Luis Munive celebraba sus Bodas de Plata Sacerdotales, Mons. Guido del Mestri, Delegado Apostólico en nuestro país contando con la presencia de varios obispos bendijo la Instalaciones del Seminario de Tlaxcala. Esa fue la primera vez que la imagen de la Virgen de Ocotlán visitó el Seminario en un acto muy solemne.
La construcción del Seminario tuvo para su tiempo una visión muy adelantada, pues apenas estaba la etapa de celebración del Concilio Vaticano II que cambió el rostro de la Iglesia y Don Luis ya pensaba en un seminario de puertas abiertas, “que todos los que pasen vean lo que pasa dentro del seminario”, conceptos que los seminarios de esa época no contemplaban, por eso se puede apreciar grandes espacios de cristal en toda la estructura del seminario, incluida la capilla. Al parecer de Don Luis, incluso la gente podría participar de la misa desde afuera pues desde los amplios corredores del primer y segundo piso se podrá contemplar lo que pasa en la capilla. Espacios abiertos, grandes jardines, canchas deportivas, alberca, auditorio, dormitorios comunes e individuales, todo eso estaba en la mente de Don Luis y poco a poco lo fue plasmando, sin olvidar la idea de establecer en una torre un observatorio. Ayudado por su compadre el maestro Desiderio Hernández Xochitiotzin, fue plasmando el escudo que se convertiría en la imagen y la proyección de lo que se espera del Seminario de Tlaxcala. La Virgen de Ocotlán que se apareció dentro de un ocote ardiente, sería la patrona del seminario y el escudo tendría como centro ese momento de aparición, sería protectora, pero también modelo. El fondo tiene a la Malintzi, el volcán tlaxcalteca, la señora de las faldas azules y en su valle, el suelo tlaxcalteca arado para recibir la semilla que germine y haga producir mucho fruto. Por eso el lema implica la proyección de quien esté en el seminario, ya sea sacerdote o no, debe ser una antorcha que arda, que sea flama y que su luz ilumine a los que se encuentran alrededor, así como lo dice el evangelio: “Nadie enciende una luz para esconderla, más bien la pondrá en la mesa para que ilumine”. Así todo el que tenga la oportunidad de estar en el seminario adquiere la responsabilidad de ser luz, de arder e iluminar sus ambientes. No se trata de un lema estrictamente sacerdotal pues implica tanto a sacerdotes como a laicos que tengan la dicha de estudiar en sus aulas, de orar en su capilla, de jugar en sus canchas, de comer en su comedor, de dormir en sus dormitorios y convivir en todos los espacios del seminario. Ahí aprenderían los principios básicos de amor a su Iglesia y a la Sociedad, de iluminar y ser productivos en bien de la gente a la que sirvan.
El seminario de Tlaxcala abrió sus puertas a Diócesis necesitadas, aquí han estudiado alumnos de Huejutla, Hidalgo, de Ciudad Guzmán, Jalisco, de Texcoco, de Nezahualcoyotl, de Cuautitlán, de Tehuacán, de algunas comunidades de religiosos e incluso de alumnos del extranjero, recuerdo a Pierre Paul Marret, un alumno haitiano y a Charles un alumno estadounidense.
Los frutos son abundantes, dos ex alumnos son obispos, Mons. Rutilo Muñoz Zamora, obispo de Coatzacoalcos, Veracruz y Mons. Pedro Juárez Meléndez, obispo de Tula, Hidalgo. Muchos ex alumnos han continuado su preparación especializada en universidades de México, Roma, España y Bélgica. También han egresado sacerdotes de distintas Diócesis y muchos exalumnos son brillantes profesionistas, empresarios y gente que destaca en los ramos a los que se dedica.