Sem. Juan Carlos Díaz Nájera
Ignacio nació el año 1491 en el castillo de Loyola (Guipúzcoa) en el norte de España, ya en los límites con territorio francés. Su padre Don Bertrán de Loyola y su madre Marina Sáenz ambos de familias muy distinguidas procrearon once hijos, el más pequeño de ellos fue Ignacio, el nombre real dado al momento del bautismo fue Iñigo; su primera dedicación fueron las armas por tradición familiar, tras resultar gravemente herido en la defensa de Pamplona contra los franceses en 1521 cambió por completo de orientación. La lectura de libros piadosos mientras convalecía le llevó a la decisión de consagrarse a la religión “si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.
Una noche Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho; la Virgen María rodeada de luz, llevaba en los brazos a su hijo, Jesús. Poco tiempo después ya una vez recuperado salió en peregrinación al famoso Santuario de Nuestra Señora de Monserrat, en aquel lugar hizo el propósito de dedicarse a la penitencia por sus pecados. Hizo un cambio total de su ropa lujosa por vestiduras de pordiosero, se consagró a la Virgen María y finalmente hizo una confesión general de toda su vida. Se trasladó a Manresa, en aquel lugar se encontró con una cueva, la cual le servía para hacer meditación y dedicarse a la oración (fue ahí donde se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espirituales, que tanto bien le han hecho a la humanidad).
En 1528 ya instalado en Paris, consigue graduarse como maestro de artes. En ese mismo lugar Ignacio se reúne con otros seis compañeros a los cuales, les comunica sus ideas y siembra en ellos la chispa de la Compañía de Jesús, y juntos hacen votos de pobreza y apostolado. Se ofrecen al Papa Pablo III quien los ordenó sacerdotes en el año de 1537.
En los años siguientes se dedicaron al apostolado, la enseñanza, el cuidado de enfermos y la definición de una nueva Orden Religiosa, la Compañía de Jesús, sus estatutos fueron aprobados por el Papa en 1540; San Ignacio de Loyola, cuyo fervor y energía inspiraban al grupo, fue elegido por unanimidad su Primer General.
La Compañía reproducía la estructura militar en la que Ignacio había sido educado, pero al servicio de la propagación de la fe católica, amenazada en Europa por las predicaciones de Lutero, que habían puesto en marcha la Reforma Protestante. Las Constituciones que Ignacio le dio en 1547 la configuraron como una Orden moderna y pragmática, concebida racionalmente, disciplinada y ligada al Papa, para el cual resultaría un instrumento de gran eficacia en la reconquista de la sociedad por la Iglesia en la época de la Contrarreforma Católica.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la Congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica. Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu militar de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los Jesuitas. Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
Aquejado de graves problemas de salud, San Ignacio de Loyola alcanzó a ver grandes frutos de sus ideales hechos realidad, sin embargo, en sus últimos años de vida, la expansión de la Compañía por Europa y América, con una fuerte presencia en la educación de la juventud y en el debate intelectual, en el apostolado y en la actividad misionera (destacando la labor en Asia de San Francisco Javier). San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Le sucedió como General de los Jesuitas su más estrecho colaborador, el castellano Diego Laínez. Fue Beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V y Canonizado en 1622 por Gregorio XV. Actualmente su Festividad se lleva a cabo el 31 de julio.