Hna. Ma. Guadalupe Fabián Mora
María conocía el Misterio que encierra la Pasión de su Hijo y el triunfo de la Resurrección, por eso, Ella no perdió la esperanza, mantuvo viva la llama de la fe, preparándose para recibir gozosa el Anuncio de la Resurrección. La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más grandes de su fe, ella confía plenamente en el Dios de la vida, convirtiéndose en un Testigo silencioso de la Resurrección del Señor.
No se habla en el Evangelio del encuentro de Jesús Resucitado con su Madre, pero es legítimo pensar que Jesús se apareció a ella en primer lugar. San Josemaría Escrivá de Balaguer, afirma con plena convicción: “Se apareció primero a su Madre Santísima, se apareció a María de Magdala, a Pedro y a los demás Apóstoles”. Un autor del siglo V, Seludio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su Madre “María mantuvo un contacto personal con su Hijo Resucitado para gozar también de la plenitud de la alegría pascual”.
San Juan Pablo II en mayo de 1997, habló de María y la Resurrección: Los Evangelios refieren varias apariciones pero no hablan del encuentro de Jesús con su Madre, el silencio de María no debe llevarnos a concluir que después de su Resurrección Cristo no se apareció a la Virgen María, al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los Evangelistas no lo mencionan.
¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera Comunidad de los Discípulos (Hch 1,14) haber sido excluida del número de los que se encontraron con su Divino Hijo Resucitado de entre los muertos? La ausencia de María en el grupo de las mujeres que se dirigieron al sepulcro podría contribuir un indicio de que ella ya se había encontrado con Jesús.
El Papa Francisco nos dice que la Santísima Virgen María siendo testigo de la Muerte y Resurrección de Jesús es “fuente de paz, de consuelo, de esperanza y de misericordia para toda la humanidad”. Jesús ha resucitado, que esta experiencia se imprima en nuestros corazones y se manifieste en nuestra vida, en los pensamientos, en las actitudes y en las palabras. Quien vive esta experiencia se convierte en testigo. Pensemos en la alegría de la Virgen María al ver a su Hijo Resucitado.
Con María contemplemos y adoremos a Cristo, ya que ella nos hace participes de su adoración, démosle gracias por su sí desde la Anunciación hasta el Calvario y por su cooperación a la Obra Redentora. La Madre del Resucitado nos sigue trasmitiendo su mensaje y nos invita a pensar que la Resurrección de su Hijo es el Triunfo de su Amor Misericordioso.