+ Julio C. Salcedo Aquino, m.j.
Obispo de Tlaxcala
San Juan Pablo II, en la Encíclica Laborem exercens “Sobre el trabajo humano” (14-IX-1981), relaciona el trabajo con la persona de Jesús, utilizando la expresión “el Evangelio del trabajo”. Al ser asumido en la vida de Jesús, el trabajo es parte de la revelación cristiana. En los evangelios se resalta “el hecho de que Aquel, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo; dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero” (nº 6).
Jesús se integró a las realidades terrenas, no sólo con el fin de manifestar su humanidad, sino para “santificarlas”. El trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana.
En el misterio de la Encarnación se encuentra san José, a quien Dios escogió para que presentara ante el mundo a su propio Hijo, hecho hombre. José, por su matrimonio con María, de la que nació Jesús y de su propia descendencia davídica, transmitió a Jesús el título de hijo de David. Pero Jesús, además de este título, necesario para que lo reconocieran como Mesías, recibió también de José la dimensión humana, como señala san Pablo VI: “Nuestra mirada, nuestra devoción se detienen hoy en san José, el artesano silencioso y trabajador que dio a Cristo no el nacimiento, sino el estado civil, la condición social, la experiencia profesional, el ambiente familiar, la educación humana. Será preciso observar bien esta relación entre san José y Jesús” (19-III-1964).
Jesús era considerado como “hijo de José” (Lc 3, 23; Jn 6,42) y por esto mismo, “hijo de David”, pero al mismo tiempo tomó también su título profesional, es decir, “hijo del carpintero” (Mt 13, 55). La excelsa dignidad de Jesús estaba escondida en la humilde condición de obrero, porque es la condición de la mayor parte de la humanidad.
Por designios de Dios, José fue el instrumento necesario de la redención del trabajo, que llegó a su propio y humilde taller por medio de una misión que desempeñó no sólo al lado de Jesús, sino directamente sobre Jesús, que “le estaba sujeto” (Lc 22,51). “Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret, en el orden de la salvación y de la santidad, es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero” (San Juan Pablo II, Custodio del Redentor, 22).
Jesús es el que redime el trabajo, pero lo hace por medio de José: “El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención” (Custodio del Redentor, 22).
El 1 de mayo la Iglesia celebra la fiesta de san José obrero, patrono de los trabajadores, fecha que coincide con el “Día del trabajo”. Esta celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Siervo de Dios, el Papa Pío XII, quien quiso que el Custodio de la Sagrada Familia fuera “para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”. Además, el Pontífice invitó a los trabajadores: “Si ustedes quieren vivir cerca de Cristo, ¡Vayan a José!”.
El ejemplo de laboriosidad de san José nos acerca a Jesús y a continuar la obra creadora de Dios. El trabajo es el medio que nos ayuda a crecer en humanidad. Todos estamos llamados a la santidad desde nuestro propio estado de vida, desde nuestro trabajo diario y animados por un modelo accesible a todos: “San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan ‘grandes cosas’, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (San Pablo VI, Homilía, 19-III-1969).
Que san José, esposo de María, cuide y proteja a nuestros trabajadores; él nos enseña que la expresión cotidiana del amor es el trabajo.