20 de mayo de 2019.
Madre Nuestra de Ocotlán,
venimos a agradecerte porque has “bajado”
a la Ciudad de Tlaxcala y, en ella, a toda la Diócesis.
La primera “bajada” la realizaste hace 500 años
cuando se celebró la primera misa en Tlaxcala
en aquellos tres signos de vida:
una cruz, un altar y tu imagen, que con ternura colocaron ese día;
ahí estuviste, dándonos a Jesús
y diciéndonos: “Hagan lo que él les diga”.
Hace 500 años realizaste lo que viviste en la Visitación:
al llevar en tu seno al Verbo hecho carne;
fuiste el primer “sagrario” de la historia,
donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres,
se ofreció a la adoración de Isabel,
como “irradiando” su luz a través de tus ojos y de tu voz (cf EE, 55).
Hace 500 años, en la primera eucaristía,
estando nuestro pueblo en torno al altar y al pie de la cruz,
te recibimos como Madre, a ejemplo del discípulo amado,
para aprender de ti y dejarnos acompañar por tu presencia.
Gracias por estar con nosotros al inicio de la fe;
gracias por acompañarnos en nuestra historia evangelizadora;
gracias, Estrella de la primera y de la nueva evangelización.
San Juan Pablo II resaltaba realidades inseparables:
Iglesia y Eucaristía, María y Eucaristía (cf. EE, 57);
y nosotros, como Iglesia antigua y joven, resaltamos:
María, Madre Eucarística, y Tlaxcala.
¡Gracias, Madre de la Iglesia!
En este Año Jubilar, Madre de Ocotlán,
queremos que intercedas por nuestro pueblo tlaxcalteca
a fin de que el Misterio eucarístico,
celebrado ininterrumpidamente desde hace 500 años,
sea un Misterio de luz en la oscuridad que estamos viviendo.
Los obispos de México constatamos en el Proyecto Global de Pastoral (PGP)
situaciones que nos han rebasado
y que son un calvario para personas, familias y comunidades,
en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin.
Experimentamos la inseguridad, el miedo,
el abandono de los hogares y una completa orfandad.
Son muchos los sufrimientos que, a causa de la violencia,
se han ido acumulando en las familias de nuestro pueblo:
atropellos contra la dignidad de la mujer;
madres solteras que luchan por sacar adelante a su familia;
la explotación, la trata de menores y desaparición de mujeres.
Está en riesgo también nuestra Casa común:
el agua, el aire, el campo y la biodiversidad,
están dañados por una peligrosa contaminación;
la hermana naturaleza clama por el daño que le provocamos
por el uso irresponsable de los bienes que Dios ha puesto en ella (cf. PGP 34).
Sabemos que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social,
sino una sola y compleja crisis socioambiental.
Líneas de solución: combatir la pobreza y cuidar la naturaleza (cf PGP, 134).
Madre de Ocotlán, entre las causas que alimentan tanto dolor, están:
la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades,
trabajos mal remunerados, corrupción, impunidad.
Un país sin adolescentes y jóvenes sanos,
humana y socialmente, es un país sin futuro.
Madre de Ocotlán, queremos ser una Iglesia en salida,
consciente de la misión que el Señor nos encomendó.
Por el don del Año Jubilar, queremos ser una Iglesia eucarística,
pues el pan y el vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
representan nuestros gozos y esperanzas,
nuestras dificultades y fatigas como discípulos de Jesucristo;
estamos llamados a convertirnos en pan partido y compartido,
generadores de vida y esperanza,
constructores de comunidades fraternas (cf PGP 143-144).
Ayúdanos a fortalecer y reconstruir
una vida humana más plena para todos tus hijos,
especialmente los descartados por estos nuevos fenómenos,
una vida que refleje en cada persona a Cristo
y se manifieste en condiciones dignas para cada uno (cf. PGP 164)
Sabemos que sólo Dios es dueño de la vida,
desde su concepción hasta su muerte natural (PGP 172).
Madre de Ocotlán, en la evangelización, en el anuncio de la misericordia,
ayúdanos a asumir los valores evangélicos
de nuestros santos mártires Cristóbal, Antonio y Juan:
generosidad, valentía, audacia y creatividad,
a fin de ser una Iglesia profética,
e integrar en nuestro nuevo Plan las opciones pastorales
de la Conferencia del Episcopado Mexicano (PGP 3ª parte):
Una Iglesia que anuncia y construye la dignidad humana
Una Iglesia comprometida con la paz y las causas sociales
Una Iglesia pueblo
Una Iglesia misionera y evangelizadora
Una Iglesia compasiva y testigo de la redención
Una Iglesia que comparte con los adolescentes y jóvenes,
la tarea de hacer un país lleno de esperanza, alegría y vida plena.
Madre de Ocotlán, esposa de san José, “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Así sea.
+ Julio C. Salcedo Aquino, m.j.
Obispo de Tlaxcala