Hna. Elia Aurora Acosta B
El 31 de mayo la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de “la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel” y, con este mensaje de caridad concluye el mes dedicado a la madre de Dios. Los Evangelios narran cómo el ángel Gabriel le dijo a María que, así como ella sería la Madre de Jesús, su prima Isabel también estaba encinta de Juan el Bautista, por lo que la Virgen fue en ayuda de su pariente durante tres meses. De este relato evangélico surgen dos importantes oraciones para la vida de la Iglesia Católica: la segunda parte del Avemaría y el canto del Magnificat.
María, la sierva humilde y fraterna que siempre está dispuesta a atender a todos los que la necesitan, respondió alabando a Dios por sus maravillas: “Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava” …
San Juan Pablo II considera las palabras pronunciadas por María en el umbral de la casa de Isabel como “una inspirada profesión de su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación espiritual y poética de todo su ser hacia Dios”. Citando a San Ambrosio, san Pablo VI dijo que todo cristiano debe cantar el Magnificat como la máxima alabanza que haya jamás brotado del alma humana.
Desde el nacimiento de la Iglesia, este misterio era venerado por los fieles. En el siglo XIII varias comunidades religiosas lo conmemoraban con gran devoción, en especial los franciscanos, que introdujeron en la liturgia romana esta fiesta ya muy antigua en Oriente. Los papas Urbano VI y Bonifacio IX, la extendieron a toda la Iglesia en el siglo XIV, para obtener de la Virgen el final del cisma de Occidente. El Concilio de Basilea renovó su institución con el fin de pedir a Dios la paz de la Iglesia.
La Visitación, se trata de un acontecimiento histórico que, nos invita a fijar la mirada del corazón en el misterio, que tiene como protagonista a María, peregrina de la fe. En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
Para María, el viaje, fue humanamente agotador, viajó a una ciudad a 130 kilómetros de distancia, probablemente en un burro, sin la comodidad de carreteras pavimentadas o aire acondicionado. El Papa Juan Pablo II lo reconoció en una homilía en 1997, cuando dijo: “En este acto de solidaridad humana, María demostró la caridad auténtica, que crece en nosotros cuando Cristo está presente”. A veces, nuestra presencia física es el mejor regalo que podemos darle a otra persona.