Sem. Octavio Sánchez Rodríguez
Al celebrar nuestra fe, entramos en la dinámica del diálogo con lo divino, pues toda celebración litúrgica se vuelve el espacio propicio para encontrarnos con Dios y comunicarnos con él. De ahí la importancia de que todos los bautizados participemos plenamente en cada celebración.
En una celebración litúrgica, ¿Cuál es nuestro papel? ¿Qué nos toca hacer? Para dar una respuesta apropiada es necesario recurrir a la Constitución sobre la Sagrada Liturgia de Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, pues la doctrina manifestada en este documento, nos brinda la pauta para aprovechar las riquezas espirituales, que la renovación litúrgica trajo consigo en bien de todo el pueblo cristiano.
Es necesario saber que toda la celebración litúrgica es celebrada por la comunidad entera de los bautizados, esto es, ministro sagrado (Obispo, Presbítero o Diácono) y fieles laicos, quienes formamos el pueblo de Dios. “Es la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, la que celebra” (Catecismo de la Iglesia Católica n.1140). Por eso es necesario que los ministros sagrados y los fieles, participando cada uno según su condición (SC 14, 19, 26, 28,30), se involucren totalmente en la celebración.
La participación consciente (saber que estas celebrando), activa (poner atención, responder, aclamar) y plena (todo nuestro ser enfocado a la celebración) es la que nos pide favorecer e impulsar el Vaticano II, así pues como comunidad en la que todos celebramos, no cabe el que seamos indiferentes. Pero comprendamos que aun cuando todos somos “celebrantes” en la acción litúrgica, nuestra participación se manifiesta, según la diversidad de órdenes, funciones y participación (SC 26), porque “no todos los miembros tienen la misma función” (Rom 12,4). Esto indica que, según el rol que tome en la asamblea, mi participación será distinta pero no por eso menos importante.
Es necesario, atendiendo a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea litúrgica, disponer toda la celebración de modo que favorezca la consciente, activa y plena participación de los fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad, que es la que la Iglesia desea, la que reclama la misma naturaleza de la celebración, y a la que tiene derecho y deber el pueblo cristiano, por fuerza del Bautismo (SC 14). Por ello acudamos no como espectadores, sino como participantes, pero para que eso se logre es necesario que vayamos profundizando en nuestra fe para que nuestro celebrar sea distinto.
Sirvan estas pequeñas ideas para continuar renovándonos, transformando nuestra fe y así obtener todas las gracias que el Señor quiera otorgarnos en cada celebración litúrgica de la cual formemos parte. Pues Dios que sale a nuestro encuentro espera que le recibamos con gran alegría y un corazón disponible para hacer su voluntad.