Casa Lago, Cuautitlán Izcalli, Méx.- Homilía 22-I- 2018
Homilía de Mons. Julio C. Salcedo Aquino m.j.
Al iniciar nuestra asamblea, queremos, presentar a nuestro Padre Dios, el inicio del proceso de discernimiento que haremos para descubrir los caminos pastorales que hagan presente el Reino de Dios en nuestra Diócesis.
Discernimiento es la actitud clave. No se trata de crear o innovar, sino de discernir.
¿Qué nos pide el Señor es esta hora de la Diócesis de Tlaxcala? Él nos confía a su pueblo y quiere que lo cuidemos, alimentado, acompañemos, defendamos… queremos continuar la obra evangelizadora de Jesús, a partir de nuestra realidad eclesial y social. Queremos tener mirada profunda, inteligente, de fe a fin de responder a los desafíos. No es nuestra obra, es obra de Dios; no es nuestro pueblo, es pueblo de Dios; no es nuestro ministerio, participamos del sacerdocio ministerial de Cristo Jesús.
Los grandes apóstoles en la Iglesia han sido hombres y mujeres que han sabido leer los acontecimientos y los signos de los tiempos y han respondido, bajo la luz del Espíritu Santo, con acciones concretas. Hoy nos ilumina el Evangelio que ha sido proclamado: las autoridades religiosas de Jerusalén, alarmadas por ciertas noticias provenientes de Galilea, habían enviado algunos escribas para dar un juicio sobre Jesús. Ellos ven la compasión de Jesús por la gente y su poder que obra en fervor de los oprimidos; no obstante, hacen pública la sentencia: Jesús arroja a los demonios porque “esta poseído por Satanás”. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no solo no lo reconocen, sino que lo acusan de diabólico.
Ante esta acusación, Jesús contesta sabiamente: si Satanás arroja a Satanás, se trata entonces de una guerra civil y, por lo tanto, su reino está amenazado. Luego, Jesús que pasa al contra ataque y acusan duramente a sus acusadores: advierte que esa cerrazón de corazón, que es rebeldía al Espíritu sano, quedaría sin perdón (cf. Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser perdonado, primero uno ha de reconocer su
pecado.
Hermanos, la Diócesis entrará en estado de discernimiento, iniciaremos un camino de evaluación y definición de nuestro Plan Diocesano de Pastoral. Para esto, necesitamos la sabiduría, la experiencia, la oración, la reflexión, la comunidad, la escucha, el compartir, pero sobre todo el Don del Espíritu Santo. Si nosotros, a quienes se nos ha confiado al pueblo de Dios, no somos sensibles al dolor y sufrimiento de nuestro pueblo, no podemos descubrir lo que Dios quiere para nuestra Diócesis, requerimos humildad, sencillez y amor a nuestra gente. Humildad, para reconocer que solo somos siervos; sencillez, para pensar, hablar y actuar con la intención de agradar solo a Dios y seguir su proyecto de vida; y amor a nuestra pueblo para desgastar nuestra vida y salud a fin de que tenga vida y vida en abundancia.
Un mal discernimiento es el que hicieron los enviados de Jerusalén ante la obra de Jesús: vieron, pero no supieron juzgar porque se cerraron a la luz del Espíritu Santo y, por eso, actuaron en contra de Jesús. Nosotros necesitamos ver, analizar, constatar nuestra realidad y la de nuestro pueblo, a fin de iluminarla con luz del Evangelio y plasmar la voluntad de Dios en nuestro Plan Diocesano.
Al inicio de nuestro proceso de discernimiento, pedimos a la luz del Espíritu Santo para hacer la voluntad de Dios, como la hicieron los santos Cristóbal, Antonio y Juan.
¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven, a nuestra Diócesis! ¡Ven, Espíritu Santo, ven a nuestra Asamblea, a nuestros corazones, a nuestros agentes de pastoral! Así sea.
+ Julio C. Salcedo Aquino,
Obispo de Tlaxcala