Hna. Flora Bautista Romano, Misionara de Cristo Mediador
El 27 de junio se celebra la fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, este título nos señala la certeza del auxilio que se nos dará si recurrimos a ella, como a una fuente de misericordias que nunca se agota, jamás se interrumpe. Por más que una situación haya empeorado, por graves y numerosos que sean nuestros pecados, la Virgen María quiere mantenernos continuamente bajo su insondable protección y celestial amparo.
La Virgen del Perpetuo Socorro pertenece a un sub-esquema de la Virgen, llamada Virgen de la Pasión. Este esquema mariano de origen cretense conjuga la intercesión de María y la cruz de Cristo. Estas dos vertientes (intercesión mariana y pasión de Cristo) se ven conjugadas para resaltar la pasión del Señor en su humanidad, proyectada sobre la humanidad de su Madre que intercede por nosotros. La Madre de Dios por su intercesión es co-redentora asociada a Cristo y a toda la humanidad.
En el centro del ícono se encuentra María y Jesús adolescente, la Virgen lleva túnica roja y manto azul oscuro, una singularidad del Perpetuo Socorro es el manto verde en su interior. El azul oscuro del manto muestra la humanidad redimida de María, sin pecado concebida, madre, esposa y discípula.
En María, su ser es preservado de toda mácula por la íntima relación con Dios, que expresa el interior del manto de color verde, signo del Espíritu Santo que mantiene una relación íntima con la Virgen de Sion. El rojo oscuro de la túnica nos habla de la divinidad trinitaria presente en María, ella es la madre de Dios. La iluminación del manto y túnica están asistidos en oro por excelencia y reflejo de la gloria de Dios.
Jesús está vestido con túnica verde y manto marrón claro ceñido por un cíngulo rojo. La intención del iconógrafo es muy clara. Jesús es el enviado y está sostenido por el Padre (rojo), es hombre verdadero (marrón tierra) y Dios verdadero (verde rojo), en íntima comunión con el Espíritu Santo (verde).
Los Arcángeles Miguel “Quién como Dios” y Gabriel “Dios es fuerte” están en la misma tonalidad del verde-rojo de Jesús, que como mensajeros del Padre y del Espíritu, muestran al joven Jesús los instrumentos de la pasión: cruz, clavos, lanza y esponja-vinagre. Ellos están mirando a Jesucristo y él contempla los instrumentos de la pasión. En la cruz del Señor vislumbramos el camino de la salvación.
El mensaje de los arcángeles es también para María y toda la humanidad, la redención comienza al pie de la cruz. Si las miradas de los arcángeles está en relación con Jesús, los ojos de la Madre se proyectan hacia afuera sosteniendo un diálogo silencioso con nosotros. María ubicada en el centro de la escena, tiene la misión de señalar con su mano derecha y sostener con la izquierda a Jesús. Estas dos funciones de señalar y sostener están en correspondencia con la vocación mariana de intercesión.
Jesús que se aferra a la mano de su madre contempla los crueles instrumentos de la muerte. Su cuerpo está en movimiento, los pies y las manos unidas expresan un sentimiento profundamente humano, el miedo. Es el adolescente que enseña a los sabios de Israel, es el Mesías que anuncia el reino por los polvorientos caminos de Galilea o Judea, pero es el hombre-Dios que suda sangre frente al sacrificio de la cruz en Getsemaní. Estos aspectos iconográficos sintetizan el mensaje del Perpetuo Socorro y nos invitan a interiorizar la imagen y dejar que ella hable a nuestro corazón. Esta imagen salvadora iluminará nuestra vida y dará sentido a nuestras cruces, nos recordará que el mismo Espíritu que habita en María es nuestro dulce huésped y alma de la Iglesia.