Nuestra Señora de Ocotlán

En el año de 1541, en un bosque cercano a la ciudad de Tlaxcala, cuando una peste mortífera afligía la región, la Bienaventurada Virgen María, según lo atestigua la antigua tradición, se apareció a un piadoso y sencillo neófito llamado Juan Diego; y le mostró bondadosamente una fuente de agua con la que sanarían los afectados por la epidemia. También le manifestó la Beatísima Virgen, ser su voluntad, que una imagen suya que se hallaba oculta en uno de los árboles de aquél bosque, fuera colocada y se le rindiera públicamente culto, en la capilla de San Lorenzo. Habiéndose propagado más y más la devoción a la Bienaventurada Virgen de Ocotlán (Así llamada por el árbol donde fue hallada la devota imagen), multiplicadas las curaciones al contacto con el agua de aquella fuente que abundantemente brotaba, y también por los innumerables favores que, especialemnete a favor de la conservación de la fe, se registraron en toda la región, los obispos, los sacerdotes y los fieles, con ingeniosa piedad, hicieron que el primitivo templo se llegara a convertir en un Santuario espacioso y riquísimamente adornado. En el año de 1755, la Bienaventurada Virgen María de Ocotlán, fue declarada Patrona de la Ciudad y de toda la Provincia de Tlaxcala, patronato que Clemente XII confirmó concediendo además de la celebración de una festividad litúrgica. Pio X. por su parte, concedió el santuario de una manera permanente, con el título y dignidad de Iglesia Colegiata. Igualmente, por decreto pontificio, esta Venerable imagen de María fue coronada solemnísimamente con corona de oro. Finalmente Pío XII, en el IV Centenario de la aparición, se dignó confirmar el Patronato a favor de toda la Diócesis. El Arzobispo de Puebla invitó a rendir un homenaje especial a Nuestra Señora de Ocotlán, el 15 de agosto de 1955: la renovación de la Jura del Patronato. Entre estas manifestaciones de amora hacia la Madre de nuestro Salvador, los sacerdotes de la Provincia Eclesiástica de Puebla -Huajuapan, Tehuacan, Puebla y Tlaxcala-, le encomiendan su ministerio y le renuevan su consagración sacerdotal.

NUESTRA SEÑORA DE OCOTLÁN: MENSAJE DE SALUD Y VIDA A JUAN DIEGO, DE XILOXOXTLA, TLAXCALA

I María, nuestra Madre, sale al encuentro de Juan Diego

“Dame de esa agua para que no tenga más sed” (Jn 4,15) Historia

María, Nuestra Madre, está constantemente presente en el camino de fe del Pueblo de Dios (cf. San Juan Pablo II, Madre del Redentor, 35). Esta presencia amorosa la ha experimentado la Iglesia desde su nacimiento hasta el día de hoy. Como verdadera Madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros y nos acerca siempre a su Hijo, mostrando el amor misericordioso del Padre (cf. Francisco, La alegría del Evangelio, 286).

El pueblo tlaxcalteca, en el año de 1541, se vio lleno de sufrimiento y muerte, producidos por una epidemia de viruela, que azotaba la región. Ante esta dramática situación, el pueblo fue bendecido por la presencia maternal de María, quien salió al encuentro del indígena Juan Diego, de la comunidad de Xiloxoxtla. Él, para reconfortar a sus familiares enfermos, iba al río Zahuapan en busca de agua. La Madre de Dios, le preguntó con cariño:

––¿Adónde vas, hijo mío?, 

mostrando interés por el sufrimiento de sus hijos, que vivían enfermedad, privaciones, indigencias y sufrimientos.

Ante la pregunta, Juan Diego responde:

––Voy por agua del río para mis enfermos, que mueren sin remedio.

Mensaje

Juan Diego buscaba para los suyos vida y salud, y trataba de hacerlo con lo que tenía a su alcance, el río Zahuapan. Esto mismo hacía la Samaritana hasta que se encontró con Jesús, quien le dijo: Sin duda que tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva. La Samaritana le respondió: Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed (Jn 4, 10.15). Esta realidad es actual. ¡Cuántos de nosotros buscamos vida y salud, a través de tantos medios, que nos dejan vacíos y no logran su objetivo! La epidemia es una enfermedad que nos     aqueja, atemoriza y nos hace vivir en inseguridad e incertidumbre. Nos sentimos desorientados. Lo que significó para Juan Diego al encontrarse con María, Nuestra Madre, es para cada uno de nosotros una dulce caricia de consuelo y esperanza, en medio de la aridez, de la enfermedad y de la muerte. Ella es signo de fecunda esperanza y vida nueva; en ella encontramos salud y vida.

II Nuestra Señora entrega el “agua santa” a Juan Diego

“El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente agua de vida” (Ap 22,17)

Historia

Al ver la situación de dolor y preocupación de su amado hijo Juan Diego, Nuestra Señora no permanece indiferente, se adelanta, toma la palabra, se pone en pie para actuar prontamente, como en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-5). Así hace una invitación a Juan Diego:

 ––Ven, sígueme; te daré otra agua con que sanen no sólo tus parientes, sino todos aquellos que la beban.

 Juan Diego, asombrado por lo que vio, confía, y sin objetar nada, sigue a la hermosa Señora. Experimenta seguridad al caminar con María y esa confianza obtiene recompensa. En el bosque de ocotes, un lugar lleno de vida que conocía muy bien Juan Diego, brota junto a los pies sagrados de la Madre de Dios, un manantial de agua. María le dice:

 ––Toma de esta agua cuanto quieras. Y todos los que la tomen se verán libres de la enfermedad.

Juan Diego, confiando en las palabras de la Virgen Santísima, tira el agua del río Zahuapan, que llevaba en su cántaro, para llenarlo ahora con el agua pura que le ha ofrecido la Virgen.

Mensaje

¿Quién podría dudar de las palabras de María? Para tener vida, sigamos sus indicaciones, pues nos llevan a Jesús: Hagan lo que él les diga (Jn 2, 5). María siempre nos señala el lugar donde brota el agua de la vida: su Hijo Jesús. Así nos dice el libro del Apocalipsis: El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente agua de vida (22,17). Estamos llamados a vaciar nuestras vasijas y cántaros llenos de falsas seguridades para llenarlos del agua viva, es decir, de la gracia que Dios nos ofrece por medio de la Santísima Madre de su Hijo. Así alcanzaremos vida, salud, paz. Sin miedo y seguros de que la misericordia del Señor no tiene límites, apartemos aquello que es efímero para nuestra vida, que nos aleja de Dios; despojémonos del hombre viejo, como dice san Pablo, y revistámonos del hombre  nuevo (cf. Ef 4, 22.24; Col 3, 9-10). Ante los signos de sequía y muerte, el agua que ofrece Nuestra Señora a Juan Diego es vida y renovación. María entrega esta agua como signo de la misericordia de Dios para transformar las situaciones que acongojan a la humanidad. Sin duda, este signo es una muestra admirable de que el Señor cuida la obra de sus manos, especialmente de aquellos que sufren. ¿No es este un mensaje de María en tiempos de pandemia? Ella, salud de los enfermos, nos da el agua que necesitamos.

III. Por intercesión de María, Madre de Dios, los enfermos son curados

“Brotó agua en abundancia” (Num 20,11).

Historia

Juan Diego llenó el cántaro con el agua que Nuestra Señora le dio y se dirigió presuroso a Xiloxoxtla, donde se encontraban sus familiares enfermos para compartirles lo que había recibido: el agua de la salud.

Aquellas palabras de María:

Toma de esta agua cuanta quieras. Y todos los que la tomen se verán libres de la enfermedad,

resonaban seguramente en el corazón afligido de Juan Diego, a quien le brindó consuelo y esperanza en medio de la adversidad.

Mensaje

Dios misericordioso no deja de mirar a los que sufren y los invita a entrar en su vida para experimentar su ternura (cf. Francisco, Mensaje Jornada Mundial de los Enfermos 2020). Así lo vemos en la historia de salvación, cuando Moisés golpeó la roca con el bastón: Brotó agua en abundancia (Num 20,11).

María, nuestra Madre, hace presente esta misericordia y esta ternura de Dios, en nuestro pueblo.

Ante situaciones difíciles, nos paralizamos, dejamos que la adversidad nos encadene y nos sentimos derrotados. Pero el Señor, que nunca nos deja, nos ofrece lo que necesitamos: se nos da a Sí mismo, a través de pequeños signos, a veces inadvertidos por nosotros.

Así sucedió con los familiares enfermos de Juan Diego, quienes al principio se sentían abandonados, pero, al tomar con confianza el “agua santa”, recobraron la salud y fueron liberados de la enfermedad.

Pero no es el “agua” la que cura a los enfermos, sino la confianza y la fe en la Misericordia de Dios; el agua es sólo un medio de esta manifestación.

Por esto, sólo las mujeres y los hombres que acogen con fe y sencillez los signos de la misericordia de Dios, alcanzan la gracia de la salud.

Hoy, ante la pandemia, vuelven a resonar las palabras de María:

Toma de esta agua cuanto quieras.

Y todos los que la tomen se verán libres de la enfermedad.

Sólo Dios es capaz de transformar el agua en alegría de vida y salud.

 

IV Hallazgo de la imagen de Santa María en el ocote

Jesús le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”; luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”  (Jn 19,26-27)

 Historia

 Juan Diego fue a buscar a los frailes para contarles sobre los sucesos extraordinarios que había presenciado: el encuentro con Nuestra Señora y cómo sus familiares enfermos habían recuperado la salud con el “agua santa”. Al escucharle, para asegurarse de que era verdad, los frailes y la gente del pueblo siguieron a Juan Diego hasta el bosque de ocotes, pues la Virgen María le había dicho:

––En este sitio hallarán una imagen mía, que no sólo representa mis perfecciones, sino que por ella prodigaré mis piedades y clemencia.

Era la puesta del sol. En aquel lugar, contemplaron algo inimaginable: los ocotes ardiendo sin consumirse. Un árbol de ocote llamó su atención, pero como oscurecía, lo marcaron y decidieron volver al siguiente día. Muy de mañana, se hicieron nuevamente presentes religiosos y fieles en ese sitio y, al descortezar con un hacha el árbol marcado, encontraron una imagen de la Virgen Santísima.

Mensaje

La Virgen María es el gran regalo que Jesús da a su pueblo. En la bendita imagen que nuestros antepasados hallaron en un ocote, nuestro pueblo, de modo singular, ve cumplida la voluntad de Jesús, cuando en la cruz dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo, y luego en la persona del discípulo amado, nos dijo: Ahí tienes a tu madre (Jn 19, 26-27). “Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos da a María, porque no quiere que caminemos solos y el pueblo lee en ella todos los misterios del Evangelio” (Francisco, La alegría del Evangelio, 285).

La oscuridad de aquella noche se disipaba con el fuego de los ocotes, mostrándonos que la luz vence a las tinieblas (cf. Jn 1, 5); Cristo, luz del mundo, ha dado la vida para que nosotros vivamos en la luz (cf. Jn 8, 12; 12, 46). María, que participa de la luz de Cristo, a través de  su bendita imagen, se convierte en lámpara preciosa que irradia la Luz de su Hijo para disipar de nuestra vida la oscuridad del pecado y de la muerte.

 

V Traslado de la imagen de Nuestra Señora a la Capilla de San Lorenzo

María se puso en camino y fue de prisa a la montaña,  a una ciudad de Judá.

 ––¿Cómo es posible que la Madre de mi Señor venga a visitarme?

(Lc 1,39.43)

Historia

Al encontrar la bendita imagen en el ocote, los testigos que presenciaron tan grande prodigio, sorprendidos y rendidos a las plantas de la Virgen María, comenzaron a organizar una sencilla procesión para trasladarla a la Capilla de San Lorenzo, cumpliendo así el mandato que Juan Diego había recibido sobre la imagen que encontrarían:

––Quiero que sea colocada en la Capilla de San    Lorenzo.  

Llenos de entusiasmo, religiosos franciscanos y fieles, cantaron letanías, cortaron ramas de ocotes y algunas flores e iniciaron así lo que podríamos llamar la primera “subida” de María al cerro de Ocotlán, donde se encuentra el templo que escogió, para que, desde lo alto, contemplara al pueblo y prodigara sus bendiciones maternales, en favor nuestro.

Mensaje

Nuestro itinerario de fe es semejante al de María, y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por caminos parecidos a los nuestros, y a veces hasta más difíciles que los que nosotros recorremos; ha debido avanzar en la “peregrinación de la fe” (Concilio Vaticano II, Cristo, luz de los pueblos, 58).

Así como María visitó a su prima Isabel, así nos visita: María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá…, y, cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno… “¿Cómo es posible que la Madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1,39.41.43).

María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para que la miren y se dejen mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida (cf. Francisco, La alegría del Evangelio, 286).

“Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes” (Francisco, La alegría del Evangelio, 288).

 

VI Entronización de la imagen de Nuestra Señora de Ocotlán

“Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47)

Historia

Al llegar a la Capilla de San Lorenzo, la imagen de Nuestra Señora fue colocada en el nicho principal del altar mayor y el santo patrono fue colocado en otro sitio.

Dar el lugar a María Santísima, sin duda no le molestaría a san Lorenzo, sin embargo, el sacristán no pensaba lo mismo. Se llenó de profundo sentimiento al ver que habían desplazado al glorioso mártir, de quien era devoto.

Por tres noches continuas, el sacristán quitaba del nicho principal la imagen de la Santísima Virgen y colocaba la de san Lorenzo; sin embargo, a la mañana de cada día, ante su sorpresa, volvía a encontrar la santa imagen de la Virgen en el lugar donde la habían colocado los religiosos.

Los Franciscanos, al ver este signo como una petición especial de la Bienaventurada Virgen María de permanecer en este lugar, celebraron una Misa solemne en acción de gracias por los beneficios recibidos y colocaron la imagen de modo definitivo en ese sitio. Desde aquel entonces, comenzó la veneración a Nuestra Madre Santísima, a quien se le llamó Virgen de Ocotlatía, es decir, la Señora del Ocote que arde, y a quien ahora con filial cariño se le llama Nuestra Señora de Ocotlán, convirtiéndose así en fuente de esperanza y verdadera alegría para nuestro pueblo.

Mensaje

La Basílica de Ocotlán es un lugar donde podemos cantar, como María, las maravillas del Señor: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humidad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones (Lc 1, 47-48).

Glorifiquemos al Señor porque ha manifestado su misericordia a nuestro pueblo por medio de María, que nos ha visitado y se ha quedado con nosotros en Ocotlán.

María es la tierna, amable y paciente Madre que nos invita a reconocer la misericordia de Dios, a través de medios sencillos de la vida ordinaria, como el agua, signo de vida, y que ella nos la dio como manifestación de la misericordia de Dios.

María no nos deja solos; está con nosotros, nos acompaña, lucha y sostiene a los cristianos en el combate… (Francisco, Homilía, 15-VIII-2013). Así como se quedó con su prima santa Isabel durante tres meses, así también se ha quedado con nosotros en Ocotlán.

Peregrinación Sacerdotal

En el año de 1936, impulsados por un profundo amor mariano, los párrocos Hermelindo Montealegre, Ascensión Ochoa, Ricardo Rodríguez y Pedro Pérez pidieron al Señor arzobispo de Puebla, Pedro Vera Zuria, que se estableciera una Reunión Fiesta Sacerdotal para impulsar el amor a María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Ocotlán. El Sr. arzobispo accedió gustoso así, en el mes de enero de 1937, se celebró la primera Reunión Sacerdotal con una Misa Pontifical que él mismo presidió, predicando la homilía el obispo Coadjutor, Don J. Ignacio Márquez, con asistencia de 25 sacerdotes.

En 1941, en las solemnes fiestas del Patronato de Virgen Santísima de Ocotlán sobre Arquidiócesis de los Ángeles, se llevó cabo, el miércoles 9 de julio, el encuentro de la Unión Sacerdotal se concluyó que se celebraría este día su fiesta anual. Esta Unión estaba formada por los sacer dotes tlaxcaltecas de la Arquidiócesis de Puebla.

Desde que surgió esta feliz idea para rendir especial homenaje a Nuestra Señora de Ocotlán, varios sacerdotes, poblanos de origen, se fueron sumando.

El segundo jueves de enero de 1966, día 13, se celebró con gran solemnidad la festividad de la “Unión Sacerdotal de Nuestra Señora de Ocotlán”, celebrando el obispo de Tehuacán, y predicando el arzobispo de Puebla, con la asistencia de cien tos de sacerdotes de las tres Diócesis.

Es por ello que cada año, los sacerdotes de las Diócesis que conforman la Provincia Eclesiástica de Puebla (Puebla, Tlaxcala, Huajuapan y Tehuacán) realizan esta Peregrinación a la Basílica Nuestra Seora de Ocotlán, en la Diócesis de Tlaxcala.