Vocación laical: MATRIMONIO

Por Jorge Emmanuel Flores Ruanoba e Ingrid Gabriela Rodríguez Melgarejo

Familia MFCista Flores Rodríguez

 Pastoral Vocacional

Somos el matrimonio de Jorge y Gabi. Llevamos 2 años con cinco meses de casados ante la santa Iglesia católica, a pesar de llevar poco tiempo, por la gracia de Dios, nos ha tocado experimentar de todo un poco.  No sé ustedes, pero, si bien nosotros teníamos muy clara la importancia del sacramento del matrimonio, aún continuamos aprendiendo cada día más sobre ello, a través del Movimiento Familiar Cristiano y de la Pastoral Vocacional.

El matrimonio ha sido para nosotros una perla preciosa que nos ha concedido Dios, un llamado de Él a servirle, por el cuál recibimos su bendición, pero ¿Cuál es esa bendición? ¿Alguna vez te lo has preguntado? Se le llama sacramento, porque es un acto sagrado, divino y un misterio de Dios; el unir a dos personas en cuerpo y alma. En dicho sacramento recibimos un don invaluable, el cual, por la gracia de Dios, estamos unidos por amor, esto se hace presente, de manera especial, en momentos difíciles, en las pruebas y en el sacrificio o donación mutua. Y en ese mismo acto Dios queda unido a nosotros, por lo que, como matrimonio nos unimos al misterio de Dios, siendo responsables de nuestras decisiones, no sólo ante el esposo (a), sino ante los ojos de Dios. En este sacramento Dios no actúa como testigo, puesto que ese es el papel del sacerdote, sino actúa en unión con la pareja que unen sus vidas por amor y con consentimiento, donándose en cuerpo y alma, uno al otro, cumpliéndose lo dicho en Eclesiastés (4,12): “…La cuerda de tres hilos no es fácil de romper”; o sea, esposo, esposa y nuestro amadísimo Señor.

Uno de los fines del matrimonio es transmitir la vida humana. Educar a los hijos con valores cristianos, siendo una Iglesia doméstica que está al servicio de la vida y de Dios. Así, se contribuye a la edificación de la Iglesia. No se trata sólo de querer formar una familia, o casarse porque todo mundo lo hace y, lo peor es que la mitad lo hace sin conocer el por qué, sin fe ni el compromiso que implica ante Dios. Ciertamente esta vocación no es para todos, puesto que en la casa de nuestro Señor existen otras vocaciones, como: los ministros ordenados y la vida religiosa (para hombres y mujeres), también la vida de soltería.

El matrimonio es el sacramento que crea familias y como familias cristianas somos llamadas a formar la “Iglesia Doméstica”, lo que significa que debemos tener una fe viva en el hogar, donde el centro sea Jesucristo. Somos los encargados de transmitir la fe de nuestro Señor a los hijos, dar razón de nuestra fe a ellos; no sólo con el conocimiento, sino con el testimonio; creando un ambiente de paz, amor y seguridad en el hogar. Transmitir a los hijos nuestras tradiciones y porqué las celebramos, desde la luz del magisterio, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, enseñarles a orar para que puedan tener esa comunicación con Dios, rezar en familia, instarlos a vivir en santidad.

La familia es la célula más pequeña de la sociedad, donde nuestros hijos aprenden a convivir con personas diferentes a ellos las 24 horas del día. Por lo que aprenden en casa el respeto, el amor, la fe y la solidaridad, entre otros valores a través de papá y mamá. Así que no es trabajo de las escuelas, sino nuestro, el crear cristianos y ciudadanos buenos. No se trata simplemente de procrear y tener hijos, de darles de comer y mandarlos a la escuela, sino de inculcarles a Dios en su corazón, inspirarlos a la santidad.

La familia es el principal semillero de las vocaciones, es decir, debemos promover las vocaciones de la Iglesia en ellos, puesto que los hijos antes que nuestros, son de Dios. En lugar de promover carreras que nos ofrece el mundo, hay que suscitar seriamente las vocaciones: sacerdotal, la vida religiosa y el estado laical (casados o solteros), cada una de ellas como lo manda el Señor. No cerrarse a la posibilidad de que puedan servir al Señor en alguno de estos estados de vida. Entreguemos frutos al Señor, el cual, nos pedirá cuenta de lo que hicimos con los hijos que nos dio. Porque un hijo es un regalo de Él, no un derecho que tenemos.

El matrimonio, es, entonces, la relación humana más difícil que pueda haber, pero la más satisfactoria. Nos santificamos cada día si logramos hacer lo común y ordinario con amor, lo volvemos extraordinario. Por amor a nuestra familia. ¡Cuántas cosas más podríamos escribir sobre esta perla preciosa! No menospreciemos este sacramento, aprovechémoslo para lograr la santidad. Y cuando no sepas cómo actuar, pon tu vista en la Sagrada Familia y encontrarás la respuesta.

Deseamos que este escrito sea de bendición para sus vidas.